¡Feliz Año 2007!
Espero que este año brille con luz propia, trayéndonos lo mejor y conservando lo más valioso que ya poseemos. Que sea un año sin tragedias ni despedidas prematuras, colmado de alegría, amor, salud, dinero, pasión, éxito y amistad. Que la fortuna nos sonría y que la vida nos proteja a nosotros y a quienes amamos, estén en este mundo o en otro.
Pasé la Nochevieja con el mexicano, así que al final no cené solo. A las dos llegó Dani y, media hora después, Álvaro, uno de sus mejores amigos. Los tres dimos la bienvenida al 2007 entre conversaciones, actuaciones televisivas y una intensa partida de Monopoly. ¡Qué juego más divertido y cuánto me ha gustado siempre! Para mi deleite, fui el vencedor, acumulando todos los billetes rojos de 50.000 pesetas de la banca. Ya no quedaban más. ¿Será esto una señal de que la suerte me sonreirá este año? Por supuesto. Jugar al Monopoly es la mejor forma de tantear el destino.
Dani me llamó para felicitarme a la 1:25 de la madrugada, antes de venir a casa. Justo en ese momento, me sobrevino un bajón sentimental… tan propio de esta noche. Me invadió la nostalgia y el recuerdo de los que ya no están. Manchis, Gloto, Basi, Hilarita, Bonzo, Coca, Xira, Feito, Rosco, Rosita, Currito, Burrito, Lenta, Domingo, Eureka, Bo, Boqui Boqui, mi padre, Uxía… Los tuve a todos en mi mente, uno por uno, como si en ese instante los pudiera convocar y sentir de nuevo. No he superado la ausencia de Manchis, Basi y Gloto. No puedo. Ocupaban un 80% de mi vida, y ahora su vacío me desgarra, sobre todo en momentos como este, cuando hago el recuento de los míos al dar el beso de Año Nuevo.
Aun así, la noche transcurrió entre risas y bromas. Álvaro, Dani y yo experimentamos con el croma de mi nueva capturadora de vídeo. Ellos sostenían un paño verde detrás de mí mientras intentábamos superponer fondos al estilo de los hombres del tiempo. Nos desternillábamos de risa al vernos como un grupo chiíta gay en pleno manifiesto o como fervientes activistas reivindicando el regreso de la serie: Cristal a la televisión. Hay momentos en los que reírse es completamente ilógico, y sin embargo, no puedes parar.
Apenas bebí media botella de cava, lo suficiente para mantener el ánimo sin perder la compostura. Rubén, el mexicano, se fue a la una de la madrugada en busca de otro amigo con quien salir de marcha. No se le veía demasiado entusiasmado. Y es que, ¿a quién mayor de 25 años le alegran estas fechas? Estas celebraciones, en lugar de recordarnos lo bueno que tenemos, parecen diseñadas para subrayar lo que nos falta. En vez de una Nochevieja de esperanza, vivimos unas «Navidades caducadas».
Me acosté entre pitos y flautas a las seis y media de la mañana. Dani y Álvaro decidieron rematar la noche con un chocolate con churros en la Plaza de Galicia. Volvieron a las siete y media, justo cuando el primer murmullo del amanecer se filtraba por la ciudad.
La gente volvía de la fiesta en estado deplorable. Borrachos tropezando con las aceras, chicas divinas convertidas en sombras tambaleantes, con el maquillaje corrido y devolviendo en cada esquina, como un ritual de sacrificio a los dioses de la resaca. Los chicos, elegantes en sus trajes de chaqueta, regresaban con la frustración pegada a la piel, cargados de deseo sin destino, con los bolsillos llenos de ilusiones rotas y las manos vacías. Es curioso cómo nos complicamos la existencia, cómo necesitamos anestesiarnos con alcohol para atrevernos a socializar.
Y mientras la ciudad despertaba con un nuevo calendario, mientras los primeros rayos del sol iluminaban las calles llenas de botellas vacías y confeti pisoteado, la vida seguía su curso. Atrás quedaba el 2006, un año poco agraciado para la mayoría de los que me rodean. Y, con los ojos pesados por el cansancio, me entregué al primer sueño del 2007, esperando que esta vez, al menos en él, todo fuera mejor.