10 de Mayo

Cierre de un ciclo, apertura de otro.

El tiempo se desliza con la misma prisa que el agua cuando cae de la encimera de la cocina después de haber regado una planta que, hasta hace poco, parecía condenada a marchitarse por falta de luz. Ahora, al haberla trasladado al exterior, sus hojas han recobrado el color y la vida, como si resurgiera de sus propias cenizas. Sin embargo, el agua que la nutre se escurre rápidamente por la base del tiesto, cayendo al suelo con la misma velocidad con la que los días se desvanecen en este nuevo ciclo de mi vida.

He cerrado mi tienda. No me ha costado nada tomar esta decisión tajante. Apenas la pensé, la ejecuté. Ni siquiera di tiempo a mi ascendente Libra a caer en su eterno dilema. Afronté mi deseo con la misma firmeza con la que Aladino frotaría su lámpara mágica:

—¿Quieres cerrar la tienda? —preguntó mi mente a mi conciencia, que flotaba entre la lógica y la fatiga acumulada.

—Sí —respondí—, quiero cerrarla y no volver a preocuparme por vender o no vender, por si hay clientes o no, por los pagos, las facturas, la mercancía, la rutina de un negocio que ya no me llena. Se acabó.

Que le den por el mismísimo culo a mi vida de comerciante… por ahora.

Me he trasladado a mi consulta. He mudado cada objeto, cada pieza, cada amuleto a este nuevo espacio y lo he decorado con mi sello barroco, haciendo que todo encaje en mi universo personal. Los muertos están felices de volver a estar conmigo. No visitaba la tienda desde el 8 de febrero, y María, mi empleada, había sostenido el fuerte sola, con órdenes mías transmitidas por teléfono, como quien susurra un mandato antes de apretar el gatillo.

No se puede vivir esperando que las cosas cambien por sí solas. Hay que cambiarlas. No basta con quejarse, hay que actuar. Y yo lo he hecho. He dado un golpe de timón y he mudado mi vida.

Llevaba casi cuatro años con comercios y estaba agotado. Apenas tenía tiempo para dedicarme a mi verdadera pasión: la consulta y mis clientes. Ahora, con todo reorganizado, siento que puedo respirar de nuevo. Mi cuerpo se sumerge en un baño de agua caliente, lleno de nuevas esperanzas y de metas por cumplir. No pienso en lo que dejo atrás, sino en lo que gano. Aunque, para ser honesto, hubo un instante en el que sentí un nudo en el pecho al ver mi tienda vacía. Algo dentro de mí murió en ese momento.

El enorme cartel de la tienda ahora cuelga en mi casa, un recordatorio de lo que fue. También he trasladado los muebles de la sala de espera para convertirlos en el mobiliario de mi nueva biblioteca. La estoy organizando poco a poco, creando un espacio donde pueda leer con tranquilidad y ordenar mis libros por temáticas.

Estoy recibiendo clases de astrología de la mano de María, mi ex empleada. Es la persona con más conocimiento sobre astrología que conozco, después de Manuel Aneiros, quien también fue su maestro. Como ya no podrá trabajar más en mi tienda, le pedí que me enseñara todo lo que sabe.

Necesito ampliar mis horizontes, actualizarme, mejorar mis habilidades y profesionalizarme aún más. Quiero convertirme en el mejor. Devoro sus clases con ansias, lanzando preguntas y planteando hipótesis. Esta nueva visión de la astrología me hace vibrar, como cuando aprendí tarot a los once años.

Cuando uno está a punto de cumplir 37 años —el próximo 28 de julio—, se pregunta cuántas cosas le dará tiempo de hacer. Ya no existe el «tengo toda la vida por delante», ni el «cuando sea mayor». Ahora es el momento de atrapar las oportunidades al vuelo o dejarlas pasar para siempre.

En cuanto Sergio me traiga la guitarra que le he pedido —una que tiene en su casa de Ferrol y que ya no usa—, voy a empezar clases de guitarra. Diego, mi paseador de perras, será mi maestro. Canta y toca de maravilla. Quiero aprender, quiero saber más, quiero colorear mi vida con nuevos matices.

Mientras tanto, la consulta para EE.UU. está viento en popa, gracias a Pablo Padula, un periodista y escritor hispanoamericano que ha confiado en mi trabajo y me ha dado a conocer en el otro lado del Atlántico. A diario me llaman al nuevo número de Miami, y consulto a clientes hispanohablantes.

Sin embargo, mi forma de trabajar, mi humor y mi perspectiva de la vida resultan desconcertantes para ellos. Se nota la diferencia cultural. Me escuchan, pero a veces no me entienden. Mi humor negro no encaja, mi visión del destino les impresiona o les deja a cuadros. Es un reto. Pero lo he aceptado. No es fácil, después de 25 años trabajando con un público español, empezar desde cero en un lugar donde nadie me conoce.

Las culturas moldean a las personas. Yo debo adaptarme.

Mis gatos y mis perras están bien. Ahora paso más tiempo con ellos y eso se nota en su comportamiento. Están más tranquilos, más felices.

Pero no dejo de extrañar a Manchis, Gloto, Basi y Hilarita. Su ausencia pesa como una losa. No ha pasado tanto tiempo desde que se fueron, y su recuerdo sigue apareciendo de manera inesperada: una fotografía olvidada, un video antiguo, una sombra en el rincón donde solían dormir. Los sigo queriendo más que a mi propia vida. Eso no cambia.

Aún no te he editado ni publicado en libro, querido diario, pero estoy en ello. Muy pronto serás un libro gordo en las librerías. Septiembre traerá cambios. Muchos años se transformarán, cambiarán o, simplemente, llegarán a su fin. Estoy entrando en un nuevo ciclo kármico del que no podré escapar, aunque quisiera.

Por cierto, he despedido a Nancy, mi asistenta. Faltaba al trabajo un día sí y otro también, siempre con excusas ridículas. Encima, en lugar de trabajar sus seis horas diarias, cumplía tres o cuatro sin siquiera preguntar, pero eso sí, cobrando lo mismo. Le di diez mil ultimátums. Hizo caso omiso. Así que, con toda la cortesía del mundo, la he «botado» como ella dice, la mandé a la calle, lo siento mucho.

Ahora me toca buscar a otra persona que se encargue de mi casa. ¡Que coñazo!

¡SE BUSCA A MARY POPPINS!
Si lees esto y te gustan los animales, ven a mi casa. Tocaré los tacones de mis zapatos tres veces y te invocaré.

¡LLÁMAME!

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