He estado diseñando nuevos banners de publicidad para las próximas inversiones que haré en toda España. Sigo creciendo como empresa y como brujo mediático. No paran de llamarme de todas partes, y está claro que, una vez te vuelves a poner de moda, la gente comienza a recordarte. Qué injusta es la fama y qué efímera en el tiempo, pero, al mismo tiempo, qué eficaz para atraer clientes. Es un proceso elemental en cualquier expansión, sea cual sea tu profesión.
El frío ha llegado con fuerza. Las temperaturas han descendido hasta los 6 grados, obligándome a recuperar mis gorros de lana y a vestirme como un auténtico muñeco Michelín. A veces, en un arrebato de supervivencia térmica, me cubro con hasta cinco capas de ropa, pareciendo una Cyndi Lauper invernal atrapada en un videoclip ochentero. Las previsiones anuncian mínimas de 2 grados, y con cada nueva cifra en descenso, mi deseo de salir a la calle se evapora como el aliento en el aire helado.
No hay un depredador acechándome afuera, no tengo que huir del frío, ni desafiar la intemperie. Mi refugio es mi hogar, mi cueva con la calefacción encendida, donde me abandono al placer de la comodidad. Y es que, como decía Chus Lampreave en La flor de mi secreto (1995), de Pedro Almodóvar:
«Hija mía, me voy al pueblo, a mi casa; que en mi casa hasta el culo me descansa.»
Y qué razón tenía.
La próxima semana marcará el inicio de un proyecto revolucionario, uno del que ya te había hablado y que, tras meses de esfuerzo, por fin ha llegado a su fase final. Después de incontables horas de trabajo y una inversión considerable, está listo para ver la luz.
Lo anunciaré por todas partes, especialmente en mi página web www.santimolezun.es, porque quiero que todos lo conozcan. Se trata de un sistema de consultas a través de tecnología 3G, donde cualquier persona podrá verme en su móvil en tiempo real mientras le atiendo desde la mesa de mi despacho. Un portal completamente innovador que integra imagen, vídeo y servicios de última generación, diseñado para ofrecer una experiencia más cercana, fluida y personal a mis seguidores y clientes.
Todo esto ha sido posible gracias a Premium Numbers SL, una empresa innovadora que ha confiado en mí desde el principio y ha sabido materializar este avance con su tecnología puntera y su impecable gestión. Su equipo ha trabajado codo a codo conmigo para que cada detalle funcione a la perfección, y el resultado es un servicio sin precedentes en el mundo de la videncia del siglo XXI.
Este es solo el comienzo de una nueva era, donde la distancia deja de ser un límite y la conexión con quienes buscan mi guía se vuelve más real y tangible que nunca.
Recuerdo mi primer móvil en 1994. Era enorme y pesaba como un walkie-talkie, con una antena fina, al estilo de una radio. Desde entonces han pasado decenas de teléfonos por mis manos, desde el legendario y amarillo acid house: Alcatel One Touch Easy, hasta mi actual Nokia N70 3G. Soy un fanático de lo electrónico y siempre me han apasionado las telecomunicaciones, la comunicaciones en la distancia, son algo mágico, que a poco menos de un siglo atrás eran increíbles para el ser humano.
Desde 1995 tengo ordenador e Internet. En aquella época, me conectaba a través de la famosa Infovía, recuerdo ese sonido infernal de la conexión y las desconexiones imprevistas mientras navegabas, sobre todo cuando tenías una llamada de teléfono, pues datos y voz no podían compaginarse, o disfrutabas de una cosa o de la otra. Qué tiempos aquellos, en los que algunos ya chateábamos en NetMeeting, cuando todavía no era únicamente un espacio para la masturbación online.
Hoy en día, este medio se ha transformado en un escaparate de cuerpos expuestos frente a una cámara, en un intento de saciar la ansiedad del deseo de manera instantánea: conexión, mirada, excitación y satisfacción exprés. Antes, NetMeeting era otra cosa. Un espacio de conversación donde las madrugadas se convertían en encuentros inolvidables, donde hablábamos hasta el amanecer, debatíamos sobre la vida y organizábamos cenas con desconocidos que, a través de la pantalla, se volvían amigos.
No tengo nada en contra del sexo virtual ni de los encuentros fugaces. Yo mismo he vivido experiencias fascinantes con chicos que parecían inalcanzables, pero, ¿qué quieres que te diga? Para mí, el contacto físico es irremplazable. La atracción no es solo visual, es también un conjunto de sensaciones: el roce de la piel, la calidez de la proximidad, la esencia única de cada persona.
El deseo a través de una pantalla es como contemplar un exquisito postre detrás de un cristal sin poder saborearlo. Podemos imaginar su sabor, evocar su textura, pero al final del día, nos quedamos con la ilusión de algo incompleto. La imaginación tiene su magia, y dependiendo de nuestras experiencias, podemos recrear un encuentro como si fuera real. Pero no nos engañemos: el verdadero placer sigue estando en lo tangible, en lo vivido, en lo que deja huella más allá de una imagen fugaz.
Antes de Internet, en los años 80, tenía un ordenador Spectrum 48k, con teclas de goma, interface y joystick. Jugaba a juegos divertidísimos que cargaban desde un cassette en su teclado negro. Recuerdo las largas partidas con José Antonio Costolla, Isorna y Oscarón, mis mejores amigos de la infancia y compañeros del colegio. Hoy, Oscar es un gran abogado que vive fuera de Galicia, y de José Antonio e Isorna… lamentablemente no sé nada. La vida nos ha cambiado a todos.
Antes de tener mi primer ordenador con Internet, un Pentium 133, pasaron por mis manos más de una decena de equipos y, además, una emisora de radioaficionado. Mis hermanas y yo pasábamos noches enteras conversando con personas de Santiago de Compostela y de otras ciudades. Nuestro nick era «Ciclón», aunque, más tarde, cuando decidí independizarme en el mundo de la radiofrecuencia, adopté el nombre de «Urda», en honor a la diosa escandinava del pasado.
Durante años, en el tejado de mi casa estuvo instalada una antena de nueve metros, nuestro querido «pincho». Llegué a tener una Galaxy Saturno de Base, una de las emisoras más avanzadas y costosas de la época, con primer y segundo piso, AM y FM. Pero en 1993, la vida me puso a prueba y me vi obligado a venderla para poder sobrevivir. No tenía dinero, ni gas, ni luz, ni teléfono. Fueron dos años de lucha y desesperación, en los que incluso tuve que recurrir a la prostitución para salir adelante.
Mi adolescencia transcurrió entre conexiones de radiofrecuencia y aquellos amigos con los que compartí tantas noches y que, con el tiempo, se perdieron en el olvido. En Santiago de Compostela éramos unos 80 apasionados de las ondas, que hablábamos día y noche, mientras que más de 200 personas usaban emisoras en sus casas, taxis, coches y camiones, convirtiendo cada viaje en una conversación infinita.
Hoy en día, no puedes hablar ni por el móvil sin arriesgarte a una multa. Las emisoras de radioaficionado han quedado obsoletas, relegadas al pasado, sustituidas agresivamente por WhatsApp, Telegram y las redes sociales. Lo que en su momento fue un espacio de contacto y comunicación vibrante, ahora es un recuerdo de otra era, una época en la que las conexiones eran más humanas, más espontáneas y, quizás, también más auténticas. Y donde no existía el concepto privacidad, hablabas aún sabiendo que te podrían estar escuchando otras personas, como hoy día los lives en las redes.
En esa época, hablábamos hasta las tantas, solía ser siempre en los mismos canales de radio, había uno para saludar y ver quien estaba, y luego cuando te encontrabas nos pasábamos a otro canal menos concurrido, usábamos un clásico saludo: – Breiko, breiko. Y el que te escuchaba te respondía: – Abanti Breico.
Recuerdo especialmente a Billen, un chico joven y guapísimo con el que intenté acostarme mil veces sin éxito. Hablábamos todas las noches, hasta las seis de la mañana, él en su cama y yo en la mía, con la única luz tenue de la emisora iluminando la habitación hasta dormirme. Su voz era la banda sonora de mis poluciones nocturnas, otro fantasma del pasado que jamás volvió a mi vida y que posiblemente se esfumo con las hondas y el viento.
Vertiginosamente el mundo ha cambiado muchísimo, y yo sigo actualizándome. La tecnología y las redes de telecomunicaciones son un terreno donde soy un perro viejo, y en el que disfruto como un niño.
Hablando de recuerdos, en la época del Spectrum tuve un profesor al que todos llamábamos cariñosamente «Pico». Este viernes, después de 23 años, el destino quiso que nos volviéramos a encontrar. Estaba sentado en un banco, bajo el sol, exactamente igual que lo recordaba. Era como si el tiempo no hubiera pasado por él, como si la vida hubiese decidido conservarlo intacto en mi memoria y en la realidad.
Lo saludé con entusiasmo, sin poder contener la emoción del reencuentro. Él me reconoció al instante, y con una sonrisa me confesó que me había visto muchas veces en televisión. Fue un momento lleno de nostalgia, pero sobre todo de gratitud.
Me alegré tanto de verlo… ¡Joder, qué tío tan grande! Qué impacto tuvo en mi vida, cuánto marcó mi forma de pensar, de aprender. Si él supiera lo mucho que lo estimo, si pudiera imaginarse la huella que dejó en mí, estoy seguro de que se sentiría orgulloso de su profesión, de su vocación como profesor y tutor.
—Tengo ya 36 años —le dije, tragando saliva.
¡Qué fuerte! Treinta y seis… en milésimas de segundos pensé en lo rápido que pasa el tiempo. En cuatro años tendré 40. ¡No puede ser!. Hasta hace nada tenía 26 y me acostaba con chicos maravillosos con piercings en el pezón de 19 y 20 años… que tristeza.
Llegué deprimidísimo a mi consulta, donde estaba Sergio haciendo un crucigrama. Y volví de golpe a mi presente. A mi vida.
– Palabra de cinco letras que significa envejecer…
– MORIR RESPONDÍ , morir en vida, declamé mirando al infinito, mientras me cruzaba de brazos.