He vuelto a la carga, no he parado de consultar gente toda la tarde, la mañana la perdí en la empresa de luz: «Unión Fenosa» y en la compañía de aguas: «Espina y Delfín» de «Bertamirans», solicitando un cambio de titularidad de la tienda que ya abandono. Hay que arreglar toda esta pesada burocracia para poder devolver al dueño el local y las llaves.
Que pena me dio verlo tan vacío, con esa reverberación a eco cuando parloteaba por el móvil.
Parecía estar en la cima de aquel monte “Maluro” a 2500 metros de altura, cuando hice con 23 años una escalada libre de forma totalmente inconsciente, acompañando a dos atractivos amigos: «Gonzalo» y «Alberto». Dos amigos heterosexuales , por aquel entonces tenía pocos amigos que no fueran gays, que iban a hacer un reportaje fotográfico para la revista: «National Geographic». Me invitaron a caminar con ellos en esta aventura aún sin explorar y acepté. acababa de romper con mi primer novio, del cual estaba completamente enamorado y apasionado, así que cómo estaba con una fuerte depresión dije sin pensar: – ¡De acuerdo!. Sin preparación alguna, me fui con ellos a uno de los Montes más altos de Galicia. Pero no sólo había que escalar por acantilados vertiginosos y moverse con brújula en medio de lobos y corzos, sino que mis amigos iban cómo experiencia deportiva a modo de «supervivencia»: es decir sin comida y sin agua, sólo la mochila, un saco de dormir, una tienda de campaña, frutos secos y unas pastillas para convertir el agua de nieve en agua potable y poder beberla.
Aún así les dije: -¡Sí, voy!, pues por aquel entonces aunque yo estaba físicamente hecho una mierda por dentro y por fuera: pesaba solamente 42 kilos, sentía un grandísimo cariño y una fuerte confianza por estos dos atletas amigos del mundo hetero. Uno de ellos, Alfonso, era igual a «Paul Newman» con 18 años, sexy y dulce hasta grado máximo, el amigo hetero del que cualquier gay se enamoraría.
Mi local me pareció tan inmenso, tan grande, como entonces, cuando me quede allí arriba mirando al mundo, literalmente con las nubes a mis pies y el sol en mi mano. Ese vértigo que de antaño domino mi alma cuando descubrí que a esas alturas carecen de importancia los nombres y apellidos, o las personalidades o egos que uno posea, y que me di cuenta que sólo la supervivencia prevalece cuando uno está en una cima y escucha un avión volando a pocos metros de distancia, invadió de nuevo mi corazón en esta tienda y fracción de mi vida ya vacía.
Gonzalo y Alfonso querían llegar a la cúspide del «Monte Maluro», y poner una bandera, sacar unas fotografías y culminar su meta, pero yo no podía andar ni un centímetro más, me agarré a una roca, y me puse a llorar de angustia por la altura y el miedo al vacío: -¡No te muevas de aquí, luego venimos a buscarte, cuando lleguemos arriba y saquemos las fotos que nos faltan, bajamos aquí y volvemos a casa!, me prometieron.
Fue una hora o quizás dos, donde estuve completamente sólo, en shock, agarrado a una roca, tiritando a 6 grados bajo cero, con unas nubes espesas y blancas bajo mis pies y un trozo de terreno llano y pequeño que se despeñaba 2500 metros hacía abajo. No había ni insectos, ni pájaros. Y yo sólo trataba de luchar contra una enorme fuerza que me obligaba a querer tirarme a ese inmenso vacío.
Sentía cómo si no fuesen a bajar nunca, cómo si Dios y yo tuviésemos que vernos frente a frente y estuviese a las puertas de su casa.
Aquellos ojos azules que tanto me gustaban de Alfonso, estaban cada vez más lejos, ellos no volvían como prometieron y empezó a anochecer.
Creo que nunca pasé tanta soledad y terror en mi vida, uno en esos momentos ya no es quien cree ser, es otra persona diferente. Descubres tu verdadero yo: débil, pequeño, insignificante, frente al abismo del paisaje más bello del mundo. Tu sudor es frío y tu corazón acelerado, la respiración se sobre oxigena y las manos se vuelven resbaladizas, tus latidos son la música que suena cuando te dispones a sacar fotos con una cámara antigua que obligatoriamente exige un enfoque manual y te tiembla tantísimo el pulso, tienes tanto pánico a soltar la roca para agarrar la cámara con las dos manos, ¡que no sale ni una foto enfocada con ese diafragma del terror!.
¡Que alto he llegado!, pocos pueden decir esto. …¡Cuantas locuras he realizado en mi vida sin morirme!, en el fondo he tenido mucha suerte…
En cambio otras veces la trivialidad de la vida y un mero tramite me cabrea lo indecible y desata en mí un carácter que me sorprende.
¡Hoy perdí una hora en Correos!, donde les he suplicado que fuesen entregadas todas las cartas que me lleguen a partir de la fecha a mi tienda, en mi casa de Santiago, para no perder clientes y contactos.
Me han cobrado por todo este tramite, entre pitos y flautas, ¡103 euros!, ¿y yo soy caro?, ¡pero si vivimos en el país del timo!.
No me extraña que Correos pierda cada vez más protagonismo por su primo hermano gratuito: el email. Lo extraño es que no haya desaparecido ya.
Mi clientela hoy estaba completamente disparada, no cesaban de llamar a Sergio para pedirle cita, ha sido una tarde muy ajetreada. Confío en poder atenderles a todos poco a poco.
Estoy mentalmente muy capacitado. Cansado de cuerpo y despejado de cabeza. Cuando no trabajo mentalmente en una semana, me siento pletórico y metódico, es el trabajar todos los días lo que nos convierte en rutina y en fallos.