Hoy, sábado, he pasado la tarde en casa de mi familia, disfrutando de una comida con mi hermana Bea. Resplandecía de felicidad, ya que acaba de comprar un enorme piso a un precio increíble. Bea se mudará en diciembre, y hacía tiempo que no la veía tan feliz. ¿Nunca te hablé de ella? Es mi hermana mayor. Vive con su novio Juan y trabaja como secretaria en una gran empresa de Galicia.
Pasé el tiempo hojeando viejos álbumes de fotos familiares, y de repente me encontré con tres fotos mías de cuando era adolescente. Al mirarlas, caí como en un vértigo lleno de luces de neón y flores de colores, como un video de los B-52s, hacia un pozo sin fondo en espiral. ¿Cómo ha pasado tanto tiempo?
Estuve viendo fotos de mi padre, mi madre, y recuerdos de momentos felices. Las fotos, esos segundos congelados, ¿son reales o simplemente muestran una secuencia de nuestras vidas? Son bellos porque han existido, aunque pequeños, y me hacen pensar: ¿qué es la felicidad? ¿Es la que vivimos en esos momentos fugaces o es solo el recuerdo de ellos?
A menudo no somos conscientes de lo que vivimos.
Hoy te he hablado poco de mi familia. Mi padre, Carlos Molezún, fue Coronel del ejército y jefe de la policía nacional de Santiago. Murió hace seis años por un virus hospitalario. Mi madre, que sigue siendo una gran modista independiente, regenta una tienda de telas, estores y cortinas en un pueblo llamado Bertamirans. Soy el menor de seis hermanos: Bea, Elena, Marta, María, Carlos y yo. Una de mis hermanas, Martita, murió a los tres o cuatro años en la fabrica de madera de mi abuelo en Coruña, al caerle un tronco encima, de los que estaban almacenados, mientras jugaba con mis hermanos cuando estos eran muy pequeños. No llegué a conocerla y poco me han contando sobre esto, es algo que como comprenderás a mi madre no le gusta mencionar, debió ser una desgracia tan enorme que seguro la marcó de por vida.
No suelo ver muchas fotos, pero de vez en cuando me detengo a hacerlo y revivo épocas de mi vida guardadas en el subconsciente.
¿Para qué sufrir por placer? Si el presente fuese mejor que el pasado, no tendría problemas en mirar atrás, pero cuando sientes lo contrario, la superación de ciertas cosas se consigue mirando hacia adelante, no regodeándote en recuerdos plasmados en papel.
Hoy, sin embargo, fue uno de esos días dedicados al baúl de los recuerdos. Vi fotos de mis padres en sus felices 46 años juntos, recuerdos de sus viajes con amigos, aquellos 12 veranos que pasé en el camping de Coroso, en Santa Uxía de Ribeira. Pasé allí muchos días entre junio, julio, agosto y septiembre, viviendo en una caravana. ¡Nunca me lo pasé tan bien!. Es de donde guardo los mejores recuerdos de mi vida.
Recuerdo a mis amigos de aquellos veranos, las noches mirando al mar, fumando, apoyándonos unos las cabezas sobre otros encima de la arena y escuchando a Tati o a Dulce tocando guitarra acústica. Canciones como «Óleo de una mujer con sombrero» de Silvio Rodríguez, «Yolanda» de Pablo Milanés y «Al Alba» de Aute. Ellos eran mis amigos, a los que adoraba, aunque con el tiempo y las vicisitudes de la vida los perdí de vista.
Antes de ser gay, tuve varias novias, algunas de ellas las conocí allí, como a Carmen, una chica de familia adinerada y política que me marcó profundamente. Nos queríamos mucho, pero al final me dejó por Ramón, un chico bellísimo de ojos azules, que se casó con Montse, una amiga actual que regenta una tienda de móviles.
Y luego estuvo Natalie, una chica francesa con la que compartí una conexión muy profunda, con la que me escribía cartas y soñaba con verla en Santiago de Compostela. Cuando finalmente nos conocimos, pasamos tres días maravillosos juntos, dormimos abrazados pero sin hacer el amor, y poco después me enteré que estaba saliendo con uno de mis amigos en secreto, mientras yo pensaba que estaba enamorada de mí.
Luego vino Nele, una chica belga rubia y de ojos azules, que me amaba locamente. Pero la distancia hizo su trabajo y nunca más supe nada de ella.
Han pasado 16 años desde entonces, y aunque he cambiado mucho, ahora sé que todos tenemos nuestro «Coroso», nuestra «Tati», nuestra «Carmen», «Natalie» o «Nele» en la vida, ¿verdad?.
Cada experiencia es única, pero al mismo tiempo todas son predecibles. Todo sigue un ciclo y lo importante es vivirlo sin sentirnos especiales, porque el guion es el mismo para todos. Y, con el tiempo, aprendemos que no conviene realzar los recuerdos más de lo que realmente son.
El otro día soñé con el camping de Coroso, viendo cómo todo había cambiado. El lugar que antes tenía árboles y bosques, ahora se ha convertido en un pueblo sumergido por el agua. El mar lo ha cubierto, y solo se puede ver cuando la marea baja. Me sentí triste al ver todo lo que ya no existe.
Recuerdo a Troski, mi perro, a Xira, mi gato, y a todos mis amigos de aquellos veranos. Los sueños reflejan tanto de nosotros mismos, y cuando abrimos la mente, podemos ver la razón de esos cuadros oníricos. «Todo ha cambiado. Ya nada está igual que antes. He estado mucho tiempo fuera de mi vida, y ahora intento recuperarla».
Y hecho de menos a mi padre, cuando me llevaba en coche a todas partes antes de que tuviera el carnet. Me acuerdo de cuando cantaba tangos desafinando y con cara nostálgica. Papá siempre me apoyó, creyó en mí y, aunque no compartía mi forma de ser, me respetaba. Me llamaba para contarme que me había visto en la televisión, y me apoyaba. Recuerdo el respeto que me mostró.
Una vez, Marieli, una «amiga» de mi madre, me abordó en un supermercado lleno de gente, justo después de que había aparecido en un programa de televisión donde entrevistaban a mi personaje de Drag Queen, «Elvira la Galáctica». En ese programa, la famosa cantante y presentadora Ana Kiro nos entrevistaba a las Queenpostelas, el grupo de drag queens autóctonas gallegas al que pertenezco.
El caso es que, al día siguiente, Marieli se me acercó en el supermercado y, en voz alta, para que todos los presentes en la cola pudieran escuchar, me preguntó con rintintin y descaro: – «Santi, te vi en la tele, no sabía nada, ¿tú eres homosexual?».
Yo, sin pensarlo, respondí en el mismo tono: – «¿Por qué quieres saberlo? ¿Tú querías hacer el amor conmigo? Como te interesa tanto mi vida sexual…»
La mujer, que no esperaba mi respuesta, se sonrojó hasta el punto de parecer un tomate, y desde entonces, dejó de hablarme. A su modo de ver yo era el maleducado…, al mío lo era ella.
Esa misma semana, su hijo me abordó en un pub nocturno para preguntarme qué le había dicho a su madre, ya que, al llegar a casa, se lo contó todo escandalizada.
Mi padre, cuando se enteró, se puso furioso y me dijo: – «¡Tú eres lo que te da la gana!, y esta mujer es tonta por preguntarte eso delante de la gente».
Nunca me sentí más orgulloso de él. Me estaba defendiendo, estaba defendiendo mi orientación sexual, mi independencia, mis gustos, mi forma de vida, aún a sabiendas que él no la comprendía.
Mi padre era y es, un referente de las buenas formas de hacer las cosas, en mi cerebro.