19 de Septiembre

Ilustración introspectiva de un hombre reflexionando en una habitación vacía, con una atmósfera otoñal que simboliza renovación y cambio.

Tucho sigue malito. No sé cómo hacer para que mejore. Ayer por la noche se tambaleaba, como si estuviera mareado, y hoy por la mañana parece un poco más estable, pero no lo veo bien. Se está consumiendo poco a poco y me duele el alma verlo de esta manera. Aun así, no voy a hacer nada por acortar su vida porque realmente creo que su estado se debe a la diabetes y a los picos de subida y bajada de azúcar en sangre. Le estoy inyectando insulina cada 12 horas y sigo estrictamente su dieta para evitar descompensaciones. Amo a este gato con toda mi alma. Lleva conmigo desde 1993, hace ya 14 años, y ha sido parte de mi vida desde entonces. Mi apego hacia él es enorme, y verlo en este estado me consume por dentro.

Por lo demás, todo me está yendo de maravilla. No paro de trabajar y de estar en mil cosas a la vez. He empezado a colaborar con un nuevo portal: www.corazonexpress.com, donde escribiré una columna diaria sobre un personaje de actualidad. También he retomado el ejercicio: todas las mañanas y todas las noches me cuelgo de una barra y hago flexiones y posturas durante casi media hora, como un mono balanceándose entre árboles. La barra está colocada en el marco de la puerta y permite hacer una infinidad de ejercicios para brazos, antebrazos, bíceps, tríceps, espalda, abdominales… Cierto es que cuando los hago me inflo como un muñeco de Michelin, pero qué poco dura… ¿y si me echo laca? Acabaré como muchos actores que, antes de una escena desnudos en una película, se pasan media hora haciendo pesas para marcar músculo. Lo cierto es que funciona, aunque el efecto es efímero.

He iniciado una dieta más equilibrada. Hago cinco comidas al día, evitando frituras, grasas y azúcares. Como todo a la plancha: pechuga de pollo, atún, pasta, arroz, frutas, verduras, pescados blancos, ensaladas, frutos secos, yogures de soja… Pero confieso que me muero de ganas de comerme una hamburguesa, una pizza cuatro estaciones o un kebab. Aun así, tengo 37 años y debo cuidarme. Quiero verme bien, sentirme cómodo con mi ropa, que toda es ceñida. El físico siempre me ha importado, me gusta gustarme. Si un día dejara de importarme, significaría que algo anda mal en mi interior. Es crucial mirarme al espejo sin rechazo. El ego es fundamental para vivir con fuerza y seguridad, para tener confianza en uno mismo y en las relaciones con los demás.

Sin embargo, hay algo que me descoloca por completo: la altura. Cuando estoy rodeado de gente alta, de 1.82 o más, mi ego se desmorona. De inmediato se activan todas mis inseguridades, pierdo mi norte y mi personalidad. Me vuelvo tímido, torpe, pequeño. Es un complejo que aflora solo en esos momentos. Si una persona muy alta me habla, en menos de quince segundos me vuelvo arisco, corto la conversación y busco la manera de escabullirme. Dios debió escucharme quejarme de esto, porque desde hace siete años tengo un novio de 1.82… Karma puro y duro. ¿Para qué habré escupido hacia arriba?

La altura es algo que no puedo cambiar, mi 1.65 me acompañará hasta el final de mis días. Pero mi cuerpo sí depende de mí, y eso puedo modificarlo. Tenerlo definido, delgado y de buen ver solo es cuestión de disciplina: ejercicio, alimentación y constancia. Por eso me estoy cuidando de nuevo. Ahora quiero ir a nadar todos los días, pero aún no he decidido a qué piscina ir.

Oscar, mi empleado, se va a Madrid de vacaciones unos días y después a Bilbao, a la boda de su prima. Así que me toca limpiar y organizar todo en los próximos cinco días. Eso también me mantendrá ocupado y activo.

Últimamente tengo sueños constantes de renovación. Hace dos noches soñé que Sergio me cambiaba la cocina, tiraba absolutamente todos los muebles y la dejaba vacía y minimalista, pintada de blanco, sin alacenas, sin nevera, sin calentador, sin nada. Yo me llevaba las manos a la cabeza y gritaba porque no me había dicho nada y había tirado todo. Sin embargo, al mismo tiempo, me gustaba cómo quedaba ese nuevo espacio en mi casa. Me parecía precioso. Sergio no se disculpaba, y yo estaba furioso. Es increíble cómo nos influyen los acontecimientos que vivimos en nuestros sueños. Estoy seguro de que trasladé al sueño la sensación de limpieza y renovación que Oscar está llevando a cabo en mi casa, tirando media casa por la ventana.

Ayer, sin ir más lejos, Oscar me vació medio cuarto de baño. Dijo que estaba lleno de botes caducados y de cosas que no usaba. Me lo tira todo, todo. Creo que el destino quiere que me renueve a la fuerza.

¿No sientes tú también esa necesidad de renovar, de limpiar tu casa, de hacer espacio en los armarios? ¿No tienes ganas de empezar de cero? ¿De abrir una libreta nueva y escribir tu historia desde el principio, escribir tu propio diario?.

Hagámoslo juntos. Empecemos de nuevo este otoño.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *