20 de Noviembre

Una persona está de pie frente a la ventana rota de una tienda, en un día lluvioso. A través del cristal roto, se ve el cálido y acogedor interior de la tienda, contrastando con el clima frío y gris afuera.

Hoy he intentado, sin éxito, resolver un triple cobro de 320 euros que, por error, me han hecho cargar en mis dos tarjetas de crédito. Después de mucho intento, sigo sin mi dinero. Pero aún tengo que agotar todas las vías diplomáticas antes de empezar a levantar la voz y armarles un buen kilombo molezuniano. Cuando me enfado, soy el Increíble Hulk, si es así y me ves, huye.

La tienda sigue con el cristal roto. Llamé a varias cristalerías, pero me dijeron que no podían darme un presupuesto hasta mañana.

Hoy parece que no es el día para nada… Decidí cerrar la tienda una hora antes por pura falta de ganas, pura angustia. No tenía ni ánimo para quedarme allí; el día no se prestaba para nada: estaba frío, llovía, y realmente solo quería estar calentito en casa. Hay momentos en los que uno necesita estar en su hogar.

Atendí algunas consultas por teléfono desde el mío, y después, Dani y yo nos fuimos al cine. Vimos «El Ilusionista», y me encantó.

La película transmite algo que suelo pensar a menudo: ¿Cuál es la realidad de las cosas? Nada de lo que vivimos tiene una sola perspectiva, y lo que aparenta ser no siempre lo es, y lo que es no siempre lo parece.

El mundo tiene mil formas, y sus caras, colores, perspectivas y prismas solo se ven desde el nivel de nuestros ojos. Quien alza su vista o la agacha puede encontrarse con sorpresas. Solo la sabiduría enseña al sabio a mirar dentro de sí mismo, ya que todo lo que ve fuera puede no ser más que una ilusión.

Me pregunto a menudo cómo me ve la gente, cómo me imaginan. Y cada vez que veo el escaparate roto de mi tienda, solo tengo ganas de irme a casa y desconectar. Apearme del mundo, darme un baño de espuma en un cuarto de baño lleno de velas, sumergir mis oídos en el agua, escuchar mi corazón.

Escuchar mi respiración, escuchar mi nada.

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