21 de Marzo

Hombre rodeado de una aura oscura, simbolizando envidia y negatividad, mientras trabaja en su ordenador con una expresión de frustración y determinación.

Estoy con bastante asma. La primavera, caprichosa como siempre, parece haberse adelantado este año, y con ella, las alergias han llegado a desbordar mis pulmones. Hemos pasado de un día radiante, con sol y temperaturas casi veraniegas, a una jornada de frío invernal, con seis grados y una humedad arrolladora. Mis pulmones se resienten, cada respiración es un desafío, cada bocanada de aire se siente como un puñal invisible en el pecho.

Hoy por la mañana fui a mi décima sesión de acupuntura acompañado de Sergio. Ya me he acostumbrado a las agujas; apenas las noto, pero él sigue quejándose cada vez que una nueva punzada perfora su piel. La sesión terminó cerca de la una del mediodía, y fui directo a casa de mi amigo «quejicas». Me esperaba con una tortilla de patatas recién hecha como pago por el arreglo de su ordenador, un aparato infectado por virus informáticos de todos los colores y tamaños. El pobre estaba tan saturado que abrir una simple ventana le llevaba diez eternos minutos.

Como la reparación iba para largo y tenía un cliente a las cinco, decidí llevarme el ordenador a casa y formatear su disco duro con calma. Fueron varias horas de trabajo minucioso, pero al final quedó como nuevo, renacido de sus propias cenizas digitales.

Hoy también atendí a dos personas que me encargaron trabajos de magia amorosa. El amor sigue liderando el ranking de las consultas más demandadas. La soledad pesa, asfixia, y la necesidad de compañía se vuelve apremiante. Pero la vida, que rara vez atiende a prisas, gesta sus acontecimientos a su debido tiempo. No hay anarquía en el orden del karma. Y, sin embargo, mis clientes buscan torcer ese destino, adelantar lo bueno o erradicar lo malo con la ayuda de la magia.

La soledad impuesta es cruel. No es lo mismo estar solo por elección que encontrarse, de repente, sin la compañía con la que uno compartía la vida. Personalmente, creo que hay que dejar que las cosas lleguen por sí solas, sin forzarlas. La naturalidad es el mejor aliado en el devenir de los acontecimientos. Pero tampoco puedo decir que no a los trabajos que me encargan; después de todo, vivo de hacerlos. Nadie echa piedras sobre su propio tejado. Así que si alguien va a hacer magia, que al menos sea conmigo, que la haré bien, con respeto y conocimiento.

El mundo de los rituales está lleno de parafernalia innecesaria. Yo intento evitarla. Me gusta ser honesto con cada cliente. No les miento, no les endulzo los oídos con falsas promesas. Al final, es el cliente quien decide hasta dónde llegar según su ansiedad, su moral y sus prejuicios. Yo, simplemente, aconsejo cuando ya han tomado una decisión. Nunca antes. No me gusta interferir en algo tan íntimo.

Mi página web sigue atrayendo a apasionados de la brujería y cultos paganos. Recibo preguntas constantes sobre cómo conseguir esto o aquello, pero, en lugar de aprovechar la oportunidad para venderles lo que piden sin más, trato de educarlos primero. Si van a meterse en el mundo de la magia, que al menos lo hagan con plena consciencia de lo que implica.

Mientras tanto, el infortunio parece rondar a mi alrededor. María, mi astróloga, se ha puesto enferma y no pudo abrir la tienda. Nancy, mi asistenta, se torció el tobillo y tiene el pie hinchado, así que ayer no pudo venir a casa a trabajar. Sergio ha estado con diarrea.

Empiezo a sentir que alguien no quiere que me vayan bien las cosas. Noto el aliento putrefacto de la envidia en mi nuca.

Ayer mismo, un desconocido invadió mi correo electrónico con insultos y calumnias. Cinco correos seguidos, llenos de odio y acusaciones absurdas:

«Has copiado tu web y diario de un artista ítalo-francés. Faltaría solo que te pusieses su nombre… sinvergüenza, sin ideas, sin talento… petarda!»

«Hemos comprobado que copiaste de una web page y que disfrutas robando las ideas de otros. Seguiremos denunciándote a los juzgados de Madrid mañana mismo.»

«Petarda. Sin más. Exactamente una petarda… y típica.»

«Eres tan vulgar y nulo que no tengo palabras ni me apetece ensuciarme en esta mierda… Tú ya sabes que copiaste, y ya está. Ni siquiera sabes escribir, cambia de ruta… ok.»

«Quizás hacer de carnicero te resulte más cómodo.»

No entendí absolutamente nada. No sé de qué habla ni por qué dice que he copiado mi web. Intenté razonar con él, preguntándole directamente en mi Messenger privado de qué me acusaba exactamente, pero su respuesta se limitó a más insultos.

La envidia es cutre. Es incapaz de razonar. No la comprendo, no entiendo por qué no me critican por cosas con sentido en vez de soltar estupideces sin fundamento. Lo más inquietante es que no conozco a esta persona, no tengo ni idea de quién es ni por qué ha decidido atacarme.

Lo único que tengo claro es que, si recibo un solo correo más con amenazas, el que va directo al juzgado soy yo. Ya estoy harto de cretinos, tocapelotas y fracasados envidiosos. Que me odien si quieren, pero al menos que tengan un mínimo de creatividad.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *