Hoy ha sido un día bastante parado. No ha entrado absolutamente nadie en la tienda, salvo una chica que compró un aceite de coco para quemar en lámpara. Es curioso cómo el mercado de las ciencias ocultas está en declive y no precisamente por falta de interés, sino por consecuencia de tanta bruja-maruja, de tanto «amateur», intrusismo del profano que va de profesional, de tanto estafador y mentiroso del mercado esotérico. Cada día estamos más cerca de un desahucio profesional.
Me molesto en seleccionar buena mercancía, en buscar productos de calidad, en que sean artesanales con unas condiciones astrológicas y no creados en fábricas a la balada. Pero hoy en día, los aceites o los inciensos pueden encontrarse en cualquier «todo a un euro», en cualquier bazar chino por borbotones y en cada esquina. Es común verlos en tiendas de regalos y hasta en supermercados de comida. Por esto, ya nadie siente la necesidad de entrar a una tienda esotérica a comprar algo que puede encontrar por 60 céntimos en cualquier otro lado, donde además nadie le va a mirar raro, ya que lleva otros productos más habituales y lo esconde en medio del papel de cocina y los 200 gramos de queso fresco.
Con las velas pasa exactamente lo mismo: están en todas partes, con todo tipo de olores y formas, a precios casi regalados. Montar una tienda esotérica hoy en día es como meter la cabeza en la guillotina, a corto, medio o largo plazo, te la cortarán.
Para intentar que mi negocio prospere, trato siempre de que mis productos sean especiales: velas de cera virgen de abeja, en lugar de parafina, creadas a mano por un artesano, inciensos hechos con buenas resinas, sin explotación infantil en zulos inhóspitos… en fin, miles de detalles que por desgracia la gente no ve al entrar en mi tienda, a menos que sea un experto/a u observador/a.
Cuando recomiendo algo a un cliente, lo hago porque realmente creo que lo necesita, no por venderle por vender. Ahora, que obviamente tampoco soy tonto. Si puedo vender tres cosas en lugar de dos, lo haré sin lugar a duda. Esto es un negocio y hay que pagar el local, los empleados, los impuestos, la mercancía…, pero no estafo a nadie de forma consciente, como en tantos otros locales similares.
Si yo no sugiero comprar nada, el cliente no compra nada, es así de simple. No es una tienda a la que la gente entre con la intención de gastar, es más una consulta de tarot y videncia que un comercio. Por eso, si yo no estoy, si no consulto allí, la tienda directamente no funciona.
La competencia ha cerrado. En Santiago de Compostela había tres tiendas esotéricas. De las tres, han cerrado las tres. ¿Casualidad? ¡Evidentemente no!. ¿Por qué yo me mantengo? Pues por mi cabezonería, mi buen trabajo en la consulta, y, no nos engañemos, porque soy conocido y salgo por televisión.
Aun así, hay días como hoy en los que no entra ni el aire de un muerto. Cuando pasa, aprovecho para limpiar, ordenar papeles, organizar pedidos, redecorar el escaparate o sentarme con Sergio, mi empleado y mejor amigo, en la sala de espera, como si fuésemos dos señoras en una sauna de un gimnasio, charlando de la vida y riéndonos de todo.
La gran farsa de las consultas profesionales
Esto no solo pasa en las consultas del mundo esotérico. En cualquier consulta, ya sea de un médico, un psicólogo, un abogado… abunda la falsedad y la apariencia.
Es curioso cómo la mayoría te dan cita para dentro de un mes o quince días, haciéndote creer que tienen la agenda copada, cuando en realidad están aburridísimos en sus despachos, mirando redes sociales, mirando el ordenador o sacándole punta al lapicero.
Me ha pasado con clientes míos que son grandes profesionales de prestigio. Me cuentan en el despacho y en privado, muy preocupados, que no tienen un alma y que llevan la tarde entera sin atender a nadie. Luego, a quien los llama, le ponen cita para dentro de dos semanas, por imagen, para fingir que son muy importantes, o que su negocio vive una «etapa boyante».
Las secretarias están compinchadas en esta farsa. Muchas de ellas son secretarias compartidas por varios profesionales y, cuando gestionan las citas, las ponen todas a la misma hora. Así, cuando llegas a la consulta, la sala de espera está llena y parece que el profesional es el más solicitado del mundo. No se plantea nadie que un día antes estaba muerto de aburrimiento jugando al Tetris en su despacho, un despacho lleno de títulos en la pared… muchos de ellos ni siquiera son de cursos, sino de conferencias asistidas. Hay una ligera diferencia.
A eso súmale el clásico truco de hacerte esperar 20 minutos, o una hora, simplemente para darte la sensación de que tienen una agenda a reventar. Mientras tú esperas, el profesional está viendo la tele, leyendo el periódico o hablando por teléfono del pádel o del golf del día anterior. O, directamente, ni siquiera ha llegado presencialmente a la consulta.
Esto último, a veces, también lo hago yo. La gran mayoría de estos profesionales ni siquiera tienen consulta propia. Sus despachos no son sólo suyos, sino que son alquilados en grupos de varias personas y cada cual los utiliza un día o varios a la semana o unas horas al día. Igual que sus secretarias, «secretarias compartidas», que eso sí, contestan de forma personalizada, con el nombre de cada uno, para aparentar que solo trabajan para ese profesional en concreto. Es el low cost de las consultas presenciales o telefónicas, muy común en este siglo. No lo critico, solo lo menciono en este capítulo, para que sino la conocías, te empapes un poco de realidad.
Además, algunos llegan al punto de pagar gente para que rellene la sala de espera y que, con conversaciones en voz alta de sus falsas experiencias, convenzan a los verdaderos clientes de que ese profesional es el mejor del mundo. Puro teatro.
Mi consulta no es así
Aquí, si hay gente, la hay. Y si no, pues no la hay. Así de sencillo. Hay días en los que parezco la Seguridad Social, y otros en los que aparenta un desierto.
Cuando me llama un cliente, le doy cita para el mismo día, para dentro de una hora, de dos o de tres, si es posible.
Ahora, que también soy sincero en una cosa: a veces finjo estar ocupado. Cuando quiero ver una película, follar con mi pareja o simplemente comer algo, le digo a mi secretaria que estoy en consulta.
Esto último lo hago bastante, para qué mentirte. Mi secretaria le dice al cliente que estoy en una sesión, y en realidad estoy tomándome dos yogures y 30 gramos de frutos secos, me estoy comiendo un delicioso trozo de empanada de atún, mientras acabo de ver una película o estoy diseñando una web o un anuncio publicitario…
Pero hay que entenderlo. Tengo 480.000 seguidores de todo el mundo. Trabajo por la mañana, por la tarde y por la noche. Si no me invento una consulta falsa de vez en cuando, no podría vivir. ¡Además, la gente es muy pesada!. Llama o escribe mensajes al móvil a todas horas, para radiarme en directo cualquier cosa que pasa en su vida, ¡en cualquier momento del día o la noche!, incluso en Domingos a las 01:00 am.
Y la verdad, es muy cansino y estoy un poco harto.
¿Y la mía qué?, ¿alguien ha pensado, que yo también tengo una vida?...