La verdad tras las cámaras
He pasado la víspera y el día de Navidad con mi familia. Fui a cenar y a comer a su casa: vieiras, langostinos, pollo a la manzana, pescado, ensalada, turrones y bizcocho. Dos días de excesos que me han dejado reventado. Dani y yo hemos acabado a punto de estallar. Él primero pasó la comida con su madre y sus hermanos, recuerda que su padre tristemente falleció de cáncer de pulmón recientemente en el 2005, con lo que serán unas navidades difíciles para ellos. Luego nos reunimos por la noche para poder pasarla juntos y en paz, de la mejor forma posible. Hay fechas que se atragantan.
Si no te he escrito estos días, querido diario, es porque he estado completamente absorto en un proyecto ambicioso: la instalación de mi propia productora de vídeo en mi despacho. Quiero editar, montar y producir mis propios anuncios televisivos, mis vídeos promocionales y, lo más importante, un pequeño plató desde el que atender en directo las llamadas a mi videoportal.
Seré el primer brujo de España en ofrecer consultas a través de videollamada en móviles 3G, permitiendo que mis clientes no solo me escuchen, sino que también puedan verme en tiempo real mientras los atiendo a través de un número 806. Y todo ello de la mano de Premium Numbers SL, una compañía valenciana con más de dos décadas de experiencia en el sector de las telecomunicaciones, inscrita en la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC). Un auténtico gigante en soluciones tecnológicas, que cómo ya te he contado, ha apostado por mí y por esta visión vanguardista de la videncia.
Pero esto no es lo único que tengo en marcha. Estoy gestando otro proyecto igual de revolucionario: un Gran Hermano en mi propia casa. Muy pronto, quienes lo deseen podrán ver mi vida en directo, sin filtros ni artificios, a través de cámaras instaladas en cada rincón. Un reality personal, accesible desde el móvil, que permitirá a mis seguidores conocerme de verdad, más allá de la televisión o las consultas.
Además, estoy implementando una agenda virtual inteligente, que sincronizará automáticamente las reservas de mis clientes con mi móvil en tiempo real, eliminando esperas y facilitando la experiencia de consulta. Son horas y horas de trabajo, ajustes técnicos y planificación, pero en cuestión de días todo estará listo. El futuro de la videncia se escribe ahora, y yo estoy al frente de este cambio.
El 806 no deja de sonar. La gente está inquieta con la llegada del año nuevo, quieren saber qué les depara el 2007. Mientras tanto, me han hecho una entrevista para «Aquí hay Tomate», que saldrá al aire en estos días. Puede ser mañana o el sábado. Prefiero que sea el sábado, cuando la audiencia es mayor. Sé que mis declaraciones no dejarán indiferente a nadie; más de una persona se enfadará, pero siempre digo la verdad y lo que realmente pienso.
Inma llegó a mi tienda a las 10 de la mañana con un cámara, y grabamos durante una hora y media. Se portaron de maravilla conmigo. Sé que, de todo lo que hablamos, solo emitirán unos minutos, pero me trataron con mucho respeto y cariño.
Y mientras yo me ocupo de mi trabajo y de mis proyectos, la Bruja Lola se dedica a criticarme en televisión. El pasado viernes, en el programa de televisión: ¿Dónde estás corazón?, soltó perlas sobre mí, diciendo que ni siquiera recordaba mi nombre, que «nadie lo sabe», insinuando que no soy nadie. También afirmó que en el programa: El Castillo de las Mentes Prodigiosas andaba de arriba para abajo con una peluca, dando a entender que no sé hacer nada. Me quedé de piedra.
No entiendo qué le pasa a esta mujer. Durante todo el programa se pasó el día conmigo, me hablaba con cariño, me decía que tenía mucho poder, que era buenísimo en lo mío. Me pedía que le echara las cartas gratis y, cuando le acerté en todo, se echó a llorar.
Cuando salimos del programa, insistió en que la acompañara hasta el avión porque sin gafas no veía bien y tenía miedo de perderse en el aeropuerto de Barcelona. Me trataba como a un hijo. Me decía que en cuanto saliera me conseguiría muchísimas entrevistas, que me ayudaría… y, como era de esperar, nunca lo hizo. No la volví a ver ni a escuchar hasta ahora, cuando la veo hablando de mí en televisión como si fuera un desconocido.
¿Y lo de la peluca? ¿De qué habla? Hay vídeos del programa y se puede comprobar que es mentira. Solo usé una peluca como chiste en la última gala, y me la quité en pleno programa. ¿Es que esta mujer no sabe lo que es el humor? Además, si hubiese llevado peluca, ¿qué coño importa? Y sobre lo de que nadie sabe mi nombre… si hasta en el programa no paraba de llamarme «Santi» para arriba y «Santi» para abajo.
Me parece evidente que su ego no le permitió aceptar la derrota. No ganó el programa y no lo soportó. Tenía entrevistas pactadas, convencida de que la victoria era suya, pero España no la votó. Montó en cólera, gritó en el autobús de la productora, insultó a los del equipo, exigió explicaciones. Yo me quedé en silencio, observando. En ese momento supe que le faltaba un hervor.
La Bruja Lola cree que es famosa por ser una gran vidente, pero no se da cuenta de que la gente no la toma en serio. La ven como un personaje de freak show, un producto del espectáculo. Su carrera mediática la hizo el programa de televisión: Crónicas Marcianas, no su talento. Y encima, en realidad, no tiene ni idea de tarot. Yo lo vi con mis propios ojos. No se molestaba ni en mirar las cartas. Todo lo improvisaba.
Lo que sí es, sin duda, es una gran actriz. En el programa, cuando las cámaras enfocaban a otro, ella lloraba, gritaba, se enfadaba, cualquier cosa para robar el protagonismo. Si en El Castillo de las Mentes Prodigiosas nos dejaban hablar tres minutos con nuestra familia cada semana y con supervisión de producción quienes escuchaban la conversación en todo momento para que no se filtrase información desde fuera de como estaba yendo el programa, ella en vez de aprovecharlos para hablar con los suyos, los dedicaba a hablar con su mánager sobre sus proyectos y carrera televisiva.
Y ojo, su mánager no es cualquiera: es un pez gordo de la potente compañía de discos: BMG, casado con una de sus hijas. Cuando la productora: Gestmusic Endemol, quienes producían nuestro programa, nos ofreció grabar un disco a cada concursante, firmamos con BMG para venderlo como el éxito del verano, antes de empezar el reality. Pero el disco nunca vio la luz. Y, curiosamente, Lola sí grabó el suyo. Adivina quién se encargó de boicotear el proyecto.
Además, no quiero parecer cruel, pero es una persona mayor y tenía problemas de retención de orina. Siempre dejaba mojada la tapa del baño. Los compañeros lo sabíamos, pero ella prefería culpar en televisión al pobre Mercury, que ya no estaba para defenderse porque había sido nominado. Patético.
Estoy hasta el último resquicio de paciencia de la hipocresía rampante que corroe este mundillo. Un desfile de oportunistas sin talento que han convertido la videncia en un circo de feria donde el tarot es un atrezzo y la magia un pretexto para la estafa. Ser brujo o vidente no es sinónimo de embaucador, bufón de plató o lunático de catálogo. Es una profesión seria, un arte antiguo que requiere conocimiento, intuición y, sobre todo, respeto. Pero claro, gracias a personajes como Lola Montero o Aramís Fuster, la imagen del verdadero vidente ha sido arrastrada por el lodo del espectáculo barato.
Se creen estrellas, astros resplandecientes del entretenimiento, pero lo único que emiten es luz de neón fundida. Son farsantes de manual, caricaturas de sí mismas que confunden la vocación con la pantomima. Y si hay que declararle la guerra a este circo infame para que la videncia y la brujería recuperen el prestigio que merecen, que así sea. Estoy dispuesto a levantarme en armas –o en cartas, si hace falta– y plantar cara al histrionismo rancio y al show de pacotilla. Basta ya de que este oficio milenario sea reducido a una parodia televisiva de tardeo casposo.
Vivimos tiempos en los que la verdad se ha convertido en un concepto vaporoso, disociado y maleable, como el humo de un cigarro consumido en un plató de arroz. Una imagen sin sentido, pero que, en el fondo, describe perfectamente lo que es la televisión: una porquería que, además, huele fatal.