29 de Octubre

Hombre calvo y elegante con ojos verdes grisáceos, sentado en una mesa con luz tenue, sosteniendo una copa de vino y sonriendo con ironía mientras habla por teléfono. Un periquito blanco lo observa desde su jaula en el fondo.

Un fin de semana con la familia… y una oferta inesperada

Este fin de semana ha sido de intensa relación con la familia de Dani. Comí con ellos el sábado y también el domingo.

La comida del sábado parecía bastante formal. Estaban los familiares de Dani y los de la novia de su hermano, el que aprobó las oposiciones al Grupo A de la Xunta de Galicia. Al parecer, estas oposiciones son de las más difíciles de superar, y no solo las ha pasado, sino que quedó primer puesto, con la mejor puntuación y sin clases particulares ni ayudas. Está claro que este chico va a tener un futuro profesional brillante, no hace falta ser adivino.

Ese era el motivo de la celebración y de nuestra reunión en aquel restaurante decorado con tanto diseño y minimalismo en Santiago. Nadie me dijo que había que ir bien vestido y menos mal que se me dio por arreglarme… ¡porque todos iban de punta en blanco, como si se tratase de una boda!

El domingo, en cambio, ya pude ir vestido normal, con mi estilo habitual e informal, que es como me siento más yo. Esta comida fue en casa de la madre de Dani. Éramos unas 17 personas y había un sinfín de pasteles y canapés. Mi estómago sigue ahora mismo en estado de empacho, con sobredosis de glucosa en sangre. Todo estaba buenísimo, pero comí demasiado.

Como ya te conté, me siento muy incómodo cuando voy a esa casa porque me noto cortado, fuera de lugar. No tengo confianza y mi forma de ser se ve limitada. Trato de agradarles a cada minuto y yo mismo noto que hay poco de mí en esos momentos, como si estuviera representando un papel.

Ya casi llevamos siete años juntos y sigo sintiéndome igual. Me impone ir a comer allí, sobre todo cuando están los primos, los tíos y la abuela de ochenta y pico años. ¿Quién soy yo en esa mesa? ¿El novio maricón de su hijo? Me siento como pez fuera del agua.

Adiestrando a mi nuevo hijo plumífero

Cambiando de tema, estoy adiestrando a mi nuevo hijo plumífero. He conseguido que no me tenga miedo y que se acerque sin asustarse. Ahora ya se posa en mi dedo y con tan solo 20 minutos de dedicación ayer y hoy, ya está más afable y confiado.

Mi propósito es adiestrarlo para poder sacarlo y que vuele libre por la casa. No me gusta ver a mis periquitos encerrados, me parece cruel que pasen toda su vida viendo el mundo a través de unos barrotes. Así que dedicaré estos días a educarlo. Cuando son pequeños es mucho más fácil, como ocurrió con «Burrito». Les he sacado algunas fotos (ver enlaces).

La llamada del sábado por la noche

El sábado me llamó un chico al móvil a las 23:30 de la noche. Quería saber mis honorarios y cómo funcionaban mis consultas. Le respondí a todas sus preguntas y entonces me pidió hacerme otra.

—Sí, claro —le dije.

—Quería saber cuánto costaría una cita contigo.

—Ya te lo he dicho —respondí.

—No me refiero a una consulta, sino a una cita sexual. A mí me dijeron que tú, además de vidente, dabas otro tipo de servicios…

Me quedé en blanco.

Muy natural, le respondí:

—Verás, no acostumbro a follar con desconocidos que me llaman un sábado a las 23:30 proponiéndome sexo. Primero, porque no sé si me gustas. Que sea gay no significa que me gusten todos los chicos. Y segundo, porque tengo novio y no creo que le haga demasiada gracia.

—Perdona —me dijo—. No quería incomodarte. Es que me dijeron que tú también dabas estos servicios. Estoy viendo tu anuncio en la revista del colectivo y me encantas. Me gustaría mucho hacerlo contigo.

Encima, el chico acababa de descubrir que le gustaban los hombres y quería estrenarse conmigo. Y claro, un amigo suyo le había dicho que yo tenía muchos «clientes» y que me dedicaba a esto.

En ese momento me quedé en silencio, procesando la cantidad de información absurda que acababa de escuchar.

Mira, yo no tengo nada en contra de la prostitución voluntaria. Tengo infinidad de clientes que se prostituyen y hasta yo mismo lo hice en 1993, cuando todo me iba fatal y necesitaba dinero urgente. Para mí, la prostitución es un trabajo como otro cualquiera.

Es más, hubo una época en mi vida, antes de conocer a Dani, en la que me comportaba como una prostituta gratuita: cada día me acostaba con un chico o dos distintos, incluso con tres o cuatro a la vez. He hecho absolutamente de todo porque me encanta el sexo y no tengo tabúes ni censuras.

Pero ya no busco eso. Ahora estoy con mi pareja y llevo casi siete años sin ser tan «movidito». Y ahora me encuentro con que hay un rumor de que me prostituyo.

Y si es así… ¿cuánto creen que cobro? Porque con lo caro que soy para todo, la mamada tendría que estar a 600 euros, mínimo.

¿De dónde ha salido este bulo?

¿Cuánta gente habrá escuchado esto? ¿Quién ha sido el cabrón que ha lanzado el rumor?

Pero bueno, entendí que las personas son envidiosas y malas y que inventan lo que les da la gana de quien les da la gana. Uno nunca sabe todo lo que se dice sobre él.

No me sentó mal en absoluto, al contrario, me hizo reír, pero me quedé de piedra.

¿Es por salir desnudo en el anuncio? ¿Solo por eso? Pues vaya concepción del arte que hay en este país de porteras…

Y ya que lo pienso… Este chico podría haber sido mi primer cliente en mi nuevo trabajo.

¡La mamada a 600 euros!

A ver cuánto saco. Quién sabe, si de brujo soy tan bueno, siendo puto también puedo serlo.

Imagina el anuncio:

Santi Molezún, ex brujo, ex finalista de «El Castillo de las Mentes Prodigiosas», ex meigo galego, ex brujo mediático, se ofrece para mamadas a 600 euros.
Si la mamada me la haces tú, te cobro 300 y te regalo un amuleto.
¿Quieres un polvo mágico? 3.000 euros y soy todo tuyo. Además, te leo el futuro mientras follamos.

Y por cierto… se hacen descuentos con carnet de estudiante.

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