3 de Diciembre

Un estudio de televisión en Santiago de Compostela, con luces brillantes y una atmósfera dramática. En primer plano, un hombre calvo de ojos verdes grisáceos y expresión intensa está listo para una entrevista en directo.

Ha sido un domingo tranquilo en casa, un día perfecto para relajarme, poner en orden mis papeles y organizar los planes de la próxima semana. Por la mañana, atendí a dos clientas por teléfono y, entre consulta y consulta, me entretuve chateando con varios desconocidos en Messenger.

Esta semana tengo una aparición en la Televisión de Galicia, el día 5 por la noche, en el programa Antes do Silencio, un espacio dedicado al misterio y el ocultismo. Ya te he hablado de él antes. Grabé mi participación el lunes pasado, y allí me reencontré con Nacho Mirás Fole, un periodista brillante, irónico y mordaz al que conocí el año pasado, cuando me entrevistó para la contraportada de La Voz de Galicia el 2 de enero, en la primera edición del año.

Nacho seguía igual que lo recordaba: astuto, divertido, con esa mirada traviesa de quien siempre está atento a cada detalle. En el programa, su participación giraba en torno a un caso escalofriante: el cadáver de una persona apareció en las vías del tren de Santiago, sin identificación, sin pasado, sin que jamás nadie reclamara su existencia.

¿Te imaginas algo así? Un cuerpo sin nombre, sin historia, sin un solo rastro de vida reconocible. ¿Cuántas personas vagan por el mundo sin identidad, sin rumbo, comenzando de cero en una nueva ciudad, en una nueva piel? La idea de borrar tu identidad puede sonar liberadora: no tener que dar explicaciones, reinventarse sin ataduras, sin que el pasado pese. Pero, visto desde otra perspectiva, es aterrador pensar en desaparecer sin dejar huella, sin que nadie sepa que exististe.

Si cualquiera de nosotros desapareciera, al menos diez personas nos buscarían, nos extrañarían. Pero, ¿qué pasa cuando nadie pregunta por ti?, ¿cuando no hay un solo alma que repare en tu ausencia? Esas personas existen. Y cuando llega la Navidad, cuando las ciudades se inundan de luces y festejos, me pregunto: ¿dónde cenan?, ¿con quién brindan?

Mientras reflexionaba sobre esto, vi mi calle iluminada con renos de neón, la obra maestra de nuestro «majestuoso» alcalde, que contrató al diseñador de las luces de los Campos Elíseos para decorar Santiago. Un alcalde que no tiene dinero para arreglar las tuberías de todo un barrio, pero sí para gastar millonadas en adornos navideños insultantes para aquellos que no tienen techo. Me indigna este mundo. Y me indignan sus renos.

En cuanto al programa, mi intervención fue breve, unos ocho minutos en los que me preguntaron sobre mi vida y proyectaron el reportaje que grabó Kina Domínguez, la periodista que ya te mencioné el 8 de noviembre. ¡Quiero a esta mujer trabajando conmigo en todo lo que haga en televisión! Es brillante. Vigila hasta el último detalle, está en todo, no se le escapa nada. Me recuerda a esas jefas de protocolo que susurran al oído de los políticos lo que deben hacer, que los vigilan entre bambalinas para asegurarse de que luzcan impecables, hasta con los gemelos que les regaló la reina.

Por otro lado, Perozo, el director del programa, es un niño grande, de esos que crean un ambiente de trabajo tan distendido que hasta la grabación se convierte en una merienda improvisada de tortilla, empanada y café. Dirige cada orden por el pinganillo de la presentadora, una mujer impecable, educada, diplomática. Demasiado correcta para mi gusto. Desde la sala VIP, mientras la observaba en el monitor, me pregunté:

«¿Y si la descoloco un poco?»

Tenía curiosidad por ver cómo reaccionaría si la sorprendía con una respuesta inesperada. Y cuando llegó mi turno… bueno, digamos que lo comprobé.

—La vida son cinco minutos y, mientras hablamos, ya he perdido uno en esta conversación contigo…

—La magia no es negra ni blanca. La magia es magia, todo depende de cómo la uses. Este vaso, por ejemplo, lo puedo utilizar para beber agua —dije, sujetándolo con la mano y mirando a cámara—, o te lo puedo tirar a la cara…

Pobre mujer tener que aguantar mis salidas de tono, como me aburre mi personaje, mi persona, mi trabajo, mi forma de ser y hablar, un día me abandonaré en plena entrevista y me dejaré sólo.

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