3 de Enero

Un hombre con expresión devastada, de ojos verdes grisáceos, observa bajo la lluvia a dos perros abandonados en la distancia. La escena transmite dolor, impotencia y una conexión emocional profunda con los animales.

Lo que me pasó ayer, 2 de enero, no sé si escribirlo o callarlo, porque mientras lo hago, las lágrimas me nublan la vista y apenas puedo ver. Aún ahora, me cuesta creerlo. No entiendo cómo puede haber gente tan cruel y despiadada.

Hace algún tiempo, concretamente el 19 de junio, te escribía esto:

«Mientras caminábamos, encontramos dos perros abandonados, caminaban juntos, inseparables, pero perdidos como hojas al viento. Deambulaban sin rumbo fijo, asustados, con la mirada perdida en el caos de una ciudad en obras. Los coches frenaban en seco cada vez que, sin cuidado, cruzaban la calle. Sergio me miró con esa cara de ‘te conozco, sé lo que vas a hacer’, y no se equivocó. Me lancé tras ellos, observándolos, intentando deducir si tenían dueño o si estaban, como sospechaba, condenados al abandono. Mi prioridad era salvarles la vida, llevarlos a casa, y luego ya veríamos.

El corazón se me encogía con cada paso al ver aquella escena: dos perros asustados, buscando desesperadamente al dueño que los había sentenciado a la calle. Cientos de personas los miraban, pero nadie hacía nada. Nadie los llamaba, nadie intentaba ayudarles. Ellos, sin embargo, levantaban la cabeza esperanzados cada vez que un desconocido pasaba a su lado. Era desgarrador.

Les grité, los llamé con dulzura: ‘¡Hola, bonito! ¡Ven aquí, precioso!’. Y vinieron corriendo, locos de alegría, como si me conocieran de toda la vida. Me llenaron la cara de besos y los acaricié sin cesar. Intenté guiarlos hasta mi portal y, tras un rato de esfuerzo, logré que entraran. Se notaba que habían sufrido maltrato: dudaban en cruzar la puerta, temerosos, inseguros. Los cogí en brazos y los llevé dentro.

Pobres, cómo estaban… sucios, infestados de pulgas, con más de cuarenta garrapatas adheridas a sus cuerpos. Y sus ojos… aquellos ojos de tristeza infinita me hicieron comprender la desesperación que habían vivido. Recordé cuando recogí a Greta y Mora, mis perras, y cómo su estado era idéntico. El abandono es el reflejo más cruel de la falta de amor.

Llevé a los perros al veterinario. Les puse correas y collares de las mías y revisé si tenían microchip. Nada. Ni rastro de un dueño responsable. Me incliné a pensar que al menos la hembra había sido descartada por un cazador, pues tenía toda la apariencia de un perro de caza. El macho, en cambio, estaba completamente encaprichado con ella, seguro que la había seguido desde alguna aldea o monte lejano.

Pasé la tarde desparasitándolos, quitándoles las garrapatas, alimentándolos, dándoles agua y, sobre todo, amor. No atendí a ningún cliente, no salí de casa. Solo estuve con ellos. Sin embargo, temía que las pulgas se propagaran entre mis doce animales, una epidemia que ya había sufrido en el pasado y que me aterrorizaba repetir. Tomé todas las precauciones posibles.

Busqué y busqué hasta encontrarles un hogar, y finalmente hallé la dueña ideal: Bhima-Tay, una amiga bruja a la que siempre tuve cariño. Me dijo que llevaba tiempo queriendo un perro, pero cuando vio a estos dos, supo que debían quedarse juntos. Se los llevó aquella misma noche en un taxi, compró todo lo necesario y yo me despedí de ellos con el corazón en paz, sonriendo al saber que estaban en buenas manos. A veces, la vida tiene finales felices.»

Pero no. No fue un final feliz.

Esa persona en la que confié y a la que consideraba amiga, al poco tiempo de llevarse a los perros, dejó de responder mis llamadas. Un día logré hablar con ella y, con evasivas, me dijo que ya no los tenía. Insistí, le supliqué que me dijera qué había sido de ellos, pero se negó a contestar. Solo murmuró que «estaban donde tenían que estar», que no se sentía preparada para darme detalles, que pasaba por un mal momento y que no debía preocuparme. No la creí. Le colgué el teléfono, le grité, la maldije y supe que no quería volver a verla en mi vida.

Desde entonces, siempre imaginé lo peor. No podía quitarme de la cabeza que algo terrible les había sucedido.

Y entonces, en vísperas de Año Nuevo, recibí un e-mail de ella.

«Hola Santi: Deseo de corazón que este 2007 te traiga amor, prosperidad y paz interior. Quiero recordar solo lo bueno que nos ha unido y olvidar lo que nos ha separado. Espero poder abrazarte como antes y sentir nuestra conexión energética. Espero que me leas el tarot como solías hacerlo, tus revelaciones siempre fueron importantes para mí. He olvidado y superado el dolor de tus palabras. Lo único que siento ahora por ti es un amor incondicional. Feliz año nuevo. Un abrazo chákrico. Te quiero mucho.«

Me quedé helado.

Acto seguido, me llamó por teléfono para asegurarse de que lo había leído y para pedirme que nos viéramos. Acepté, con la condición de que me contara, de una vez por todas, qué había hecho con los perros. Me aseguró que sí, que esta vez me lo diría todo.

A las cinco y media de la tarde, apareció en mi tienda. Yo estaba consultando en voz baja con una clienta y, de fondo, escuché su voz exageradamente efusiva (tenía un tono de voz muy alto), charlando con Sergio como si tal cosa. Pedía precios de objetos, como si nada hubiera pasado nunca. Cuando finalicé la consulta y la mujer salió por la puerta se encontró con Charo de bruces y esta se dirigió a ella, por ser también en una ocasión clienta también suya, recriminándole que viniese a mi despacho y que le fuese a ella infiel, a lo que mi clienta le respondió llena de razón: – Charo, me trajiste tú por primera vez aquí, ¿no lo recuerdas?…, todo lo escuché desde lo lejos.

Cuando me vio ella me sonrió, como si viniera de visita después de años sin vernos. Sin poder contenerme, la encaré de inmediato:

Dime la verdad. ¿Qué les hiciste a los perros?

El color se le escurrió del rostro. Titubeó, balbuceó algo sobre «no querer hacerme daño», y cuando la presión fue insoportable, dejó caer la bomba:

—Los abandoné.

El mundo se me cayó encima. Un nudo de rabia, dolor y desesperación me cerró la garganta. Me contó con frialdad que los dejó en la calle, que volvieron a su casa, que durante días lloraron en su portal implorando entrar y que los vecinos amenazaron con llamar a la policía. Nunca bajó a ayudarles. Nunca me llamó para devolvérmelos. Simplemente los ignoró hasta que desaparecieron.

– No eran tus perros eran los míos, tú me los diste … ¿me echas las cartas?

-No coño, no, como voy a echarte las cartas, le chillé.

– ¡Dime que has hecho con los animales!, le recriminé

-Míralo tú ahí, si ya los sabes, para que quieres que te lo diga, ¿para que?

-Charo dime que has hecho con los perros de una vez, me estás poniendo malo.

-¡Jo!, es que no quiero hablar del tema, no quiero que me chilles…

-No te voy a chillar, dímelo por favor…

-Mira yo cuidé a los perros los primeros días, los duché, los saqué a la calle, y eran muy cariñosos, me daban mucho amor, yo estaba muy deprimida, todo me iba fatal y estaba muy mal, ellos me ayudaron a salir de esa depresión porque me hacían salir de casa…subrayó

-¿Qué hiciste con los perros?,  ¡vete al grano por favor!, estaba a punto de matarla.

-Un día, me dijo tranquila, yo estaba muy deprimida tirada en el sillón de la sala y la perra y el perro estaban conmigo, y ella incluso se subía a por mimos al sofá, y yo me di cuenta de que estos perros me estaban quitando energía, pensé que al ser abandonados necesitaban mucho amor y mucha energía, y que me la estaban quitando a mi. Así que los baje a la calle, y les día un paseo y los dejé lejos de casa.

-¿Cómo?,¿Los has abandonado?, pregunté completamente herido.

-Sí, pero no creas que son tontos, ellos volvieron a mi casa y estuvieron 3 días o más ladrando abajo en el portal, fíjate como fue que hasta los vecinos me protestaron y dijeron que iban a llamar a la policía. Pensé en bajar incluso para darles de comer…

Mi alma estalló en mil pedazos, tal y como me encuentro ahora, pensé en sus caritas llorando abandonados por segunda vez, por alguien quien les dejo vivir por unos días en el calor de un hogar. Ellos no sabían a buen seguro que era lo que pasaba, que era lo que habían hecho mal para que su nueva mama los abandonase. No pude más, y exploté.

-¿Me quieres decir que has estado viendo llorar a los perros en la calle, suplicándote tu jodida  misericordia para dejarles vivir tu puta casa y tú no les has hecho ni caso?, ¿ni tan siquiera has tenido la decencia humana de llamarme por teléfono y devolvérmelos para que yo les buscase otro dueño?. ¡Tú eres una grandísima hija de puta!, ¿Cómo  puedes decir que eres bruja y vidente, y ser tan sumamente poco humana y poco sensitiva que no captas ni el dolor de un ser vivo que suplica tu jodida  caridad de mierda?, le chille enfurecido.

-¡No me chilles!, ¡no me chilles!, no me hagas sentir peor, ya sé que obré mal, pero estaba mal Santi, tenía muchos problemas, y pensé que ellos me estaban quitando la energía, de hecho después ya volví a tener trabajo, y las cosas me fueron mucho mejor.

 -¿Cuándo dejaste  de verlos?, pregunté sin casi aliento.

-Un día me fui a la biblioteca y ellos me persiguieron  sin correa, por que la correa que tú les compraste, los collares y todo lo tiré, y entré en la biblioteca y después cuando salí ya no estaban, no les volví a ver

-¡Eres una hija de puta insensible y egoísta, y estás completamente  loca, loca de psiquiátrico!,¿No pudiste haberme llamado?. Tú no te das cuenta hija de puta que yo le mandé un sms masivo a toda la gente que yo conocía para buscarles dueño, y una de ellas fuiste tú, pero que había muchísima más gente, y que de esa gente había 2 personas interesadas en ellos, ¡dos con finca que los querían!. No sólo no te hiciste cargo de ellos, que fue lo que me prometiste con libre voluntad, sino que no le has dado una jodida  oportunidad a esos seres puros que no tenían culpa de nada de tus jodidos  y ególatras problemas de mierda! !!¡Eres una hija de puta asesina!. Le volví a chillar: – ¡Vete fuera de mi vida y fuera de mi vista!,  ¡no quiero volver a verte nunca más!, alegué echándola de mi tienda, te juro que como me llamo Santi Molezún, que te pesará el resto de tu vida todo lo que has hecho, y no podrás descansar nunca con la conciencia tranquila. Le maldije.

-¡Tú no tienes poder para conseguir eso, ni hacerme nada! -Me chilló mientras se iba de un portazo.- ¡No debía haber venido nunca, ya he visto que no fue una buena idea!, apunto chillándome ella a mí.

-Yo no podré hacerlo, le dije, pero Dios sí.

-Dios hace mucho que no me escucha, dijo ella, y se fue Al momento volvió a entrar en mi tienda de golpe y dijo apuntándome con el dedo y amenizándome:

-¡Y que no sé te ocurra escribir o hablar mal de mi, por que para brujo negro, ya estás tú!, se dio la vuelta con su pelo largo y negro y se fue con su maldad, rencor, locura y falta de humanidad  a quien sabe donde.

No tengo palabras. No quiero seguir en este mundo de locos, de malnacidos, de seres sin alma. No puedo más. Me siento culpable por habérselos dado. Siento que los he condenado a la muerte. Me falta el aire al recordar sus caritas cuando estaban en mi casa, cuando me pedían besos con esos ojitos de esperanza. Solo imaginar que estuvieron bajo la lluvia, hambrientos, implorándole a esa bruja sin alma que les dejara entrar… me mata.

No puedo escribir más.

No veo, entre tanta lágrima no veo nada, estoy fatal.

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