Me he quedado completamente perplejo. Iba caminando placidamente con Dani por el paseo marítimo de Sitges, bordeando la famosa playa, cuando ocurrió algo que me dejó atónito.
Con el calor sofocante que hacía y viendo a la gente tumbada en la arena a apenas un metro de distancia, todos en traje de baño, decidí quitarme la camiseta. Lo último que quería era morir asado mientras disfrutaba de las preciosas vistas en pantalón corto.
Fue entonces cuando Nuria, la hermana de Dani, me frenó en seco:
—No, no hagas eso, que aquí te multan si te pillan desnudo.
La miré con incredulidad.
—Nuria, no estoy desnudo…
—Sí para ellos sí —insistió—. Es que en Sitges no puedes andar sin camiseta por las calles del pueblo ni por el paseo… y te multan con no sé cuánto.
Mi cara de asombro recorrió el entorno. ¿Pero qué estaba escuchando? Pensé en todos los pueblos marítimos de Galicia, donde es lo más normal del mundo caminar en traje de baño o en pantalón corto sin camiseta, especialmente si estás frente al mar, a escasos metros del agua.
¿Y aquí, en Sitges, un lugar cuya economía gira en torno al turismo, donde el mar es su carta de presentación, donde el turismo gay ha convertido el pueblo en un emblema de la libertad…? ¿Aquí no puedes ir sin camiseta?
El asombro se transformó en decepción.
—YO NO SOY DE SITGES, ¡GRACIAS A DIOS! —exclamé. Y con la misma, me quité la camiseta de un tirón, añadiendo:
—. Y como no soy subnormal, me la quito, a quien no le guste…, que no mire.
Y así pasé el resto del día: sin camiseta, como un ser humano normal sobreviviendo a los 38 grados de pleno sol de verano.
Solo faltaría que tuviera que vestirme de gala para caminar treinta metros de la playa al pueblo a tomar un helado, había escuchado todo tipo de cosas absurdas, pero esta se llevaba la palma en mi ranking de «No me da la gana«.
¿Pero cómo se puede ser tan paleto? ¿Qué clase de ayuntamiento impone una multa por algo así? Es ridículo. Especialmente cuando, a unos kilómetros de aquí, en Barcelona, es la única ciudad de España donde puedes ir, si te da la gana, con la «piroliña» al aire sin que nadie te diga nada.
De verdad, en pleno siglo XXI seguimos teniendo enclaves anclados en el Neandertal de la convivencia. La gente confunde lo que es el glamour o la higiene con la estupidez mental; lo que es la riqueza y la limpieza con la más absoluta paletada pija.
Es triste que un ayuntamiento de un pueblo tan bonito y patrimonio de la libertad sexual en el colectivo LGTBIQ+, pueda imponer algo tan absurdo a las personas que pasean y descansan en él. Lo que deberían hacer es ponerles a ellos una multa, pero por gilipollas.
Y para aquellos que no me crean… para muestra, un botón, o mejor dicho, un cartel con esta instantánea que saqué con el móvil:
