30 de Mayo

Ilustración surrealista de un hombre sumergido en sus pensamientos, con un fondo etéreo que representa la fugacidad de la vida y la introspección.

Siempre en la vida has estado persiguiendo el final de un deseo, la concreción de una estabilidad que, en realidad, nunca ha existido en tu día a día. Has ansiado alcanzar aquello que imaginas como el eje de tu equilibrio y felicidad, aferrándote a la idea de que solo al obtenerlo hallarás la paz que buscas. Y si algún día lo consigues, deseas perpetuarlo, atraparlo en la eternidad, como si pudiera ser tu felicidad permanente, olvidando que la verdadera dicha no está en la permanencia, sino en la inmediatez del sentir y del vivir.

Mientras lloras la muerte de un sueño, este se desvanece aún más. Mientras lamentas la lejanía de algo o alguien, lo empujas aún más lejos. No solo no disfrutas su esencia, sino que la pierdes en el intento desesperado de retenerla en tu memoria.

Cuando escuches una melodía armónica, vívela, disfrútala en su plenitud. No pienses en el final de la canción ni llores su último acorde; cada nota tiene su tiempo y su vibración, y es precisamente esa brevedad lo que la hace única.

No te obsesiones con el destino, sino con el viaje. No cuentes las veces que has caído, sino las que te has levantado. Las relaciones en este siglo transcurren con una rapidez vertiginosa, comienzan y terminan con la misma intensidad, a veces sin dejar espacio para la reflexión o el duelo.

El valor de lo efímero es algo que aprendemos desde la cuna. El niño nace rodeado de atenciones y, a medida que crece, la sociedad le impone el silenciamiento: no es importante evolucionar, sino adaptarse; no es importante aprender, sino aprobar; no es relevante hacer lo que se ama, sino ganar dinero lo antes posible. Y así, sin darnos cuenta, olvidamos que el valor real de la vida no es instantáneo, y aprendemos a fingir: fingir que sabemos, que sentimos, que comprendemos, que vivimos la vida que deseamos, cuando en realidad estamos atrapados en una ilusión ajena.

Cuando pintas un cuadro, tu alma se funde con cada pincelada, mueres y renaces con cada trazo. Pero en el instante en que terminas la obra, deja de ser una parte de ti y pasa a ser algo ajeno, algo concluido. Tu emoción se desplazará a otro lienzo, porque así es la vida: segundo tras segundo, vivencia tras vivencia.

No intentes hacerlas eternas, porque nadie ha logrado mantener viva una rosa más de tres semanas.

Todo lo hermoso tiene un ciclo: nace, crece, madura y muere. Y cada instante que vivas será así, porque nada es eterno excepto aquello que jamás estuvo vivo.

Incluso el dolor se acaba. Incluso la ruptura más devastadora se disuelve con el tiempo. Nada es más que una transición de segundos que se enlazan unos con otros, llevándote a otros caminos, a otras aventuras.

Tu soledad no es más que un encuentro contigo mismo, un reflejo de tus miedos y ansias, una masturbación contra tu almohada, un diálogo en la penumbra con tu propia esencia. Si estos momentos no existieran, si esas horas de introspección se desvanecieran, perderías el único espacio en el que puedes realmente escuchar tus latidos, en el que puedes sumergirte en la bañera, inerte sobre el agua, sintiendo como se desvanece el peso de tu cuerpo desnudo o la vibración de tu respiración contenida se lentifica. Si estos instantes no tuvieran lugar, no serías persona, no serías tú mismo.

Aprende a amar cada latido, a celebrar cada célula de tu cuerpo. Escucha tu respiración bajo el agua y descubre que, en la vida, lo más importante para poder recibirla en toda su intensidad, eres tú.

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