Hoy, nada más llegar a la tienda, le dije a Sergio que íbamos a cambiarlo todo. Nos pusimos manos a la obra y reestructuramos por completo la decoración del local: el mostrador, la sala de espera, las estanterías, los TPVs, los cuadros, los muebles y la mercancía. Movimos cada cosa de un lado a otro hasta lograr un espacio renovado, con más amplitud y mejor energía. Lo supe en cuanto entré: tenía que hacerlo, darle una nueva orientación, cambiar el altar de sitio, transformar el espacio por completo para que pareciera una tienda nueva.
Estaba harto de verla siempre igual, de esa monotonía que, si se prolonga demasiado, acaba por sofocarme. No soporto la rutina, me asfixia. Necesito cambiarlo todo cada cierto tiempo: la distribución de los muebles, el tarot que uso, incluso el móvil. Es como si, al permutarlo todo, renovara la energía y abriera nuevas puertas a la suerte.
Hace unos días me harté de mis rastas. Cogí unas tijeras y ¡zás!, me las corté sin pensarlo dos veces. Luego, me afeité la cabeza al cero yo mismo. No soy esclavo de mi aspecto, jamás me he permitido estar atado a un estereotipo o estilo fijo. Yo soy lo que quiero ser, cuando quiero serlo. Visto y llevo el estilo que me apetece en cada momento, no dependo de la moda, porque yo creo mi propio estilo.
Llevaba dos años con las rastas y, aunque probablemente en el futuro me las vuelva a poner, ahora no las quiero más. ¡Por fin tengo movilidad en el cuello!. No me daba cuenta de cuánto pesaban hasta que me deshice de ellas.
Por la noche fui a hacer una mega compra con Rubén y Dani. Cargamos provisiones para todo un mes. Me hace sentir bien llenar la despensa, me da tranquilidad. Es curioso lo delgado que estoy con lo mucho que como… pero soy puro nervio, siempre estoy en movimiento, quemando calorías a cada instante.
Mi periquito blanco, Arthur, está encantado con su nueva casa. Ya lo he amaestrado: ahora sale de la jaula posado en mi dedo, va donde le digo y se queda tranquilamente en mi hombro. Se le ve feliz, parece un pedacito de algodón con ojos.
Mitsú, mi gato, está mucho mejor. Le sigo dando Augmentine cada 12 horas durante 15 días para su infección de orina, y parece que está funcionando, porque ya puede hacer pis sin problemas. Eso sí, la escena de la medicina es digna de un circo: yo corriendo detrás de él, sujetándolo con una mano y dándole el jarabe con la otra, mientras él escupe todo como un bebé con los potitos. No debe saberle nada bien, porque pone unas caras de asco tremendas.
Por otro lado, el famoso libro maldito ya está en mi poder desde el viernes. Lo he estado leyendo y, sinceramente, me parece un libro buenísimo. Es de pastas oscuras y letras doradas, se titula «La peste» y es de Albert Camus.
No tiene nada de maldito, pobre libro… ¡si es uno de los que mandan leer en el instituto en la asignatura de ética! Conclusión: la gente está pirada. No tiene nada raro, simplemente han sido víctimas de su propio miedo. Me pregunto qué diría Camus si supiera que su obra maestra ha sido etiquetada como un objeto maldito. Menos películas de terror y más dibujos animados, por favor.
Hoy, cuando fui a coger el coche, me encontré con la rueda completamente pinchada y vacía. Como no tenía ganas de ponerme a cambiarla y además llegaba tarde a mis citas, decidí ir andando al trabajo. Mañana me tocará arreglarla y ver qué ha pasado. Ahora entiendo por qué el coche vibraba tanto en la autopista cuando fui a Ourense… menos mal que no pasó nada grave. ¿Y eso es mala suerte? Yo diría que todo lo contrario.
Por la tarde, me llamaron de nuevo del programa de Televisión de Galicia «Antes do Silencio», dirigido por el escritor Xosé Antonio Perozo, ese eterno «Peter Pan» y amante de lo gallego. Su programa empezó hace tres semanas y parece que está teniendo buena acogida. Me vienen a hacer otra entrevista pasado mañana, miércoles, y saldrá al aire el martes 5 de diciembre a las 23:00 h.
Hoy atendí a muchísima gente por teléfono. Estoy agotado. Últimamente las horas de sueño no me alcanzan para nada.
Me voy a la cama. Boas noites, Diario, como dice mi ídolo, el hombre del tiempo, Santiago Pemán:
«Boas noites. Ata mañá.»