«Adiós mi niña, nunca podré olvidarte, primero fue Manchitas, después Basi, luego Hilarita y ahora tú mi pequeña, ¡ya no puedo más!, me muero contigo y me ahogo en lagrimas, no pude hacer nada para salvarte, nada de nada. Perdóname por favor por matarte y no me olvides nunca. Espera junto a Manchis, vete con él, que yo volveré a estar algún día con todos vosotros, lo prometo. Te adoro.»
Hoy a las 23:10 ha muerto mi gatita Gloto. Me siento fatal, mi vida de nuevo a tocado fondo, ver su carita mirándome apoyada en mi brazo, mientras con su mirada fija se despedía de mi para siempre me ha partido el alma, rota ya en mil pedazos, ahora en otros mil más pequeñitos.
Siempre uno se enfrenta a la muerte con una secuencia de despedida tremenda, que nos hace abandonar el sentido del tiempo y nos transporta en un instante a dar el más sincero beso jamás dado. Sentir el calor por última vez de aquel cuerpo que aún palpita, sabiendo que va a dejar de hacerlo en cuestión de segundos y que luego se quedará frío y duro es el pensamiento más terrible del mundo. Hoy me he muerto con ella, otro trozo de mi ha dejado de latir para siempre.
Dios me ha arrebatado a una hija de 12 años a la cual vi nacer en el momento del parto en mi cama, una gata que crié con todo mi cariño y ame cada día, todos estos años.
Se la ha llevado una inyección de miedo, indecisión, angustia y deseo de no consentir verla sufrir más.
Mi decisión ha sido horrorosamente terrible, matar a quien cuidaste, mimaste, quisiste y protegiste como un tesoro. No puedes imaginar como me siento. Mientras la abrazaba con todas mis fuerzas, chillaba llantos y alaridos de lágrimas.
Cada segundo de despedida era un ahogo de angustia y desesperación.
Descansa en paz,