7 de Febrero

Hombre emocionado con una pila de compras en una tienda de "Todo a 1 Euro", con un atractivo desconocido en la sección de ropa interior.

El éxtasis del consumismo y la realidad que siempre regresa

¿Qué tendrán las grandes superficies de «todo a un euro» que nos hipnotizan tanto? Hoy fui con Dani y Sergio a uno de esos enormes almacenes donde una sección entera prometía maravillas por el módico precio de un euro. Había de todo: CDs de música, libros de temática variopinta, sacacorchos, bombillas, incluso escobillas para el retrete. Todo apilado en estanterías interminables, como si la abundancia de objetos fuese en sí misma una forma de felicidad accesible, barata y acumulable.

Me volví loco. La emoción del hallazgo, el placer del descaro en la compra sin culpa. Fui echando cosas al carrito sin siquiera pensar si las necesitaba o no. Al llegar a la caja, la cajera me miraba con una expresión entre el asombro y la resignación. Podía leer en su rostro la pregunta no formulada: ¿Para qué querrá este hombre unas zapatillas doradas?

Salí de allí con tres bolsas gigantes que apenas podía cargar. Dentro de ellas, una lista de compras digna de un naufragio mental:

  • 1 pack de plantillas devora olor
  • 4 pares de calcetines
  • 1 llavero con luz
  • 1 set de 6 bombillas
  • 1 cuaderno espantoso con un corazón hortera en la portada
  • 5 libros (incluido un tomo de Hilario López Millán titulado Crónica Rosa de España)
  • 1 slip sin costura
  • 1 camiseta de algodón
  • 1 bata por 9 euros
  • 1 tanga blanco
  • 2 camisetas de manga corta
  • 4 CDs de música, uno de ellos de reguetón
  • 1 kit limpiador de CDs
  • 1 DVD de los mejores anuncios de televisión
  • 1 auricular con micrófono para el ordenador

Y un largo etcétera de compras impulsivas sin sentido, pero deliciosamente satisfactorias en ese instante.

El espejismo del «tener»

Somos consumistas hasta la médula, prisioneros de ese dogma no escrito que nos grita: «Tener es poder». Nos han hecho creer que cuanto más acumulemos, más felices seremos. Que la vida se vuelve más placentera rodeándonos de objetos. Pero, al final del día, la existencia sigue su curso inalterable. Los sentimientos no se pueden comprar, los corazones rotos no se curan con ofertas, las heridas del orgullo no se desinfectan con billetes.

El orgasmo de la compra es efímero, una explosión de adrenalina que dura apenas unos segundos. Pero, una vez eyaculado el placer del consumo, volvemos a la cruda realidad. A nuestras ansiedades, a nuestras ambiciones insatisfechas, a los miedos que nos persiguen en la madrugada. Volvemos a nuestras rutinas, a esa esclavitud de alimentar al único “yo” que el mundo ve, el que se refleja en el espejo y que jamás será suficiente.

Estoy francamente mal, pero cómo me pone comprar.

Un instante de fantasía en la sección de ropa interior

Mientras revolvía entre montones de calzoncillos y tangas, otro chico se situó a mi lado. Era altísimo, con ese físico que solo pueden tener los jugadores de baloncesto. Pero lo que realmente me atrapó fue su piel negra, brillante, impecable, de esas que parecen esculpidas por dioses caprichosos. Era guapo, sexy, puro fuego contenido.

Lo miré. Me miró. Un cruce de miradas tan breve como un relámpago pero tan intenso como una tormenta.

En mi mente, la escena se precipitó sin frenos. Se giró hacia mí, su cuerpo rozó el mío y, de pronto, sin mediar palabra, nos encontramos entre los estantes, rodeados de montones de calcetines, devorándonos con urgencia. Nos arrancamos la ropa, mi boca recorriendo su piel ardiente, el sonido de su respiración ahogándose entre las prendas en oferta. Qué cuerpo, qué perfección, qué locura.

Pero entonces…

Cari, acabo de ver unas botas chulísimas para ti, de esas que te hacen menos enano. ¡Corre, ven a verlas!

La voz de Sergio atravesó la fantasía como un rayo.

Volví en mí. El deseo quedó sepultado bajo la dura losa de la realidad. Cogí el calzoncillo que tenía en la mano, lo eché en la cesta, y me fui a intentar parecer menos bajo.

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