Querido diario, de nuevo vuelvo a darte señales de vida. Siento no haber escrito en todo este tiempo, pero no he tenido espacio para nada. Estoy en Santiago, trabajando de nuevo en horario de mañana y tarde. La tienda la abro solo por las tardes, así puedo dedicar mis mañanas a otras cosas. Han pasado muchas cosas estas semanas. La verdad, no sé por dónde empezar.
Voy a leer lo que te escribí en tu última página y retomar desde ahí, por eso de la concordancia…
El tema Aramís Fuster está zanjado. He decidido no darle más protagonismo ni perder mi amado tiempo con ella. No voy a otorgarle ninguna categoría a sus insultos. La desdichada es una mujer acabada, y es normal que sufra trastornos de personalidad debido a sus depresiones y a su ego herido por un público que constantemente la rechaza. Se ha cavado su propia tumba. Así que finiquité el tema «bruja maruja» y me he centrado en mis proyectos verdaderamente importantes y en mi trabajo.
Dani ha comenzado a trabajar nuevamente en la radio, pero esta vez con un presentador nuevo: el famoso Súper Piñeiro, del conocido programa Súper Martes en Televisión de Galicia. Hace una sección de cine como crítico y comentarista de los estrenos de cartelera, los jueves entre las 12 y las 2 del mediodía en Punto Radio (100.2 FM).
Sergio, mi empleado y mejor amigo, se había matriculado en Secretariado para asistir a clase por las mañanas. Pero en su primer día le informaron que también debía ir tres tardes a la semana. A pesar de mi insistencia en que lo hiciera sin preocuparse por la tienda, decidió abandonarlo antes de empezar. Parece que no estaba en su destino, aunque creía tenerlo muy claro.
Diego, el argentino, sigue paseando a mis perras dos veces al día. Están encantadas. Les viene de maravilla caminar. No les pasaría nada por quedarse en casa, porque están acostumbradas, pero me gusta verlas felices y saber que corren, socializan y hacen sus necesidades fuera. Es importante tanto para su bienestar como para el mío. No salir las estresa, cambia su conducta y, como consecuencia, terminan estresándome a mí.
Los gatos están todos bien. Bebé ha crecido mucho, ya no es una «bebé gata», ahora es toda una adolescente felina. Le ha venido su primer celo y maúlla, se arrastra y se frota por todas partes, comunicando su sexualidad a mis demás gatos y hasta a los vecinos.
Como buen padre, me ilusiona verla crecer, pero al mismo tiempo me hace pensar en lo rápido que pasa el tiempo. Me da vértigo. Joder, ya tengo 36 años. Recuerdo cuando la recogí abandonada en la calle, llorando en un bajo sucio, llena de pulgas y sin ser más grande que un pulgar. No sabías si era una gata o un ratón. Cuando la adopté, estaba tan asustada que mordió a Sergio en un dedo y tuvo que ponerse la antitetánica. Era solo un saco de huesos que apenas se había destetado. Con el tiempo, descubrí que había llegado allí dentro del motor de un coche. Lloraba todas las noches bajo mi ventana, hasta que me decidí a rescatarla. Bebé se llama así por la cantante, una de mis favoritas de este año, cuya música suena siempre en mi coche y en casa.
La operación que te conté de la cabeza de Mora, mi perra, salió perfectamente bien. Ya le ha crecido el pelo y está sana y contenta. Sigue siendo hiperdependiente de mí e inseparable de Greta, mi otra perra. Son como su sombra: una rubia y la otra negra azabache, parecen sacadas de un dibujo animado.
Esta temporada hemos ido pocas veces a la playa. Ha llegado el mal tiempo, y solo he podido escaparme algún día suelto a caminar y pensar. El verano se ha ido sin dejar una nota. Me da mucha pena. Relajaba tanto estar en Queiruga…
Me han llamado de un programa de Televisión de Galicia para grabar este lunes. Se emitirá la próxima semana. Lo dirige Xosé Antonio Perozo, un afamado escritor que ya hizo uno de los primeros programas esotéricos en la Televisión Gallega.
La tienda de Bertamiráns, de 100 metros cuadrados, que cerré en febrero, ya ha sido alquilada de nuevo. Este sábado pasé por allí y me cayó el mundo a los pies. Me dio muchísima pena verla pintada de otro color, con otra decoración. Pasé dos años de mi vida en ese lugar. Yo la había acondicionado desde cero, diseñé cada rincón: el baño, mi oficina, las habitaciones, las puertas, el suelo, las cenefas, el techo… Decidir cerrarla fue una cuestión de salud mental. Era demasiado estrés manejar dos tiendas al año. No lo soportaba. Llegó un punto en que la ansiedad me provocaba arritmias y taquicardias.
La tienda iba de maravilla, casi diría que mejor que la de Santiago. Pero la de aquí era más barata, estaba en la Zona Monumental, hecha de piedra y madera. Aunque más pequeña, era más apropiada para lo mío: una consulta más que una tienda.
Aun así, verla alquilada a otra persona me hizo sentir fatal. ¿Habré hecho bien en dejarla? Sentí que la había abandonado. Mientras observaba esos bolsos en las vitrinas que un día fueron mías, me invadió la nostalgia. Hablé con la encargada, quien vino a saludarme. Le pedí que me dejara ver el despacho que antes era mi oficina…
¡Qué nostalgia, por Dios!
Me voy a prohibir volver a pasar por allí. Pero ¿cómo evitarlo si cada sábado tengo que pasar delante de ella para ir al mercadillo? Somos como el perro del hortelano: ni comemos ni dejamos comer. Cuando algo es nuestro o lo consideramos nuestro y lo dejamos, sigue perteneciendo a nuestra mente. Y cuando vemos que ya no lo es, nos hundimos.
Nos pasa igual con nuestras exparejas.
Ya terminé la web del Voluntariado Galego contra o Lume, y mañana sale una entrevista en el periódico La Opinión de A Coruña presentándola. En la sección de Prensa he ido colocando todo lo que voy logrando al compartirla con los medios. Me ha llevado 500 horas de trabajo, pero creo que ha quedado muy chula. He subido los vídeos que grabé con mi móvil y dos galerías de fotos con mis amigos y compañeros.
No he vuelto a ir a mi psicóloga. No he tenido tiempo. A ver si la llamo algún día para retomar mis sesiones cada quince días. Me siento bien, bastante equilibrado. No tengo bajones ni tristeza, pero tampoco puedo decir que soy feliz. No me siento completo.
Echo muchísimo de menos a Manchis, Gloto, Basi y Hilarita. Hace unos días, Dani puso unas cintas de la videocámara y me puse a llorar como un loco. Hacía un año que no veía imágenes de ellos y me derrumbé por completo. Reviví toda su muerte. Su ausencia me golpeó como una guillotina en el alma. Parece que se murieron ayer. Mis sentimientos son exactamente los mismos. No los he olvidado en absoluto en todo este tiempo.
Ahora solo espero que estén con mi padre y que él me los cuide hasta que nos volvamos a encontrar. No me asusta la muerte. Sé que algún día vendrá sin avisar. Solo me angustia su ausencia.
Espero que me perdones por todo este tiempo de silencio. Pero nada pasa por casualidad, y quizás nos hacía falta a los dos este tiempo para nosotros mismos.
Ahora he vuelto. Espero escribirte más seguido.
Un beso, y hasta pronto, querido diario.